jueves, 24 de julio de 2008

1: La Premisa Básica



En lo que será estudiado a continuación, la premisa básica es la suposición de que, más allá del universo físico conformado por átomos y moléculas que podemos contemplar y explorar a través de nuestros cinco sentidos (vista, oído, tacto, olfato, gusto), existe otro plano de existencia no conformado por átomos y moléculas (o por lo menos no por los átomos y moléculas a los que estamos acostumbrados), otro universo imposible de percibir a través de los sentidos, un universo espiritual, en cierta forma un universo paralelo al universo físico en que vivimos pero ordinariamente inaccesible para un ser humano vivo.

Ciertamente, la física moderna admite la posibilidad de la existencia de otros universos paralelos al universo en el que vivimos. Esta es una interpretación posible que se le puede dar a las ecuaciones de la mecánica cuántica (específicamente, las ecuaciones básicas de la mecánica ondulatoria descubiertas por Erwin Schroedinger), la ciencia más exitosa en su poder predictivo y en su poder explicativo de los fenómenos que ocurren al nivel atómico y sub-atómico. En su formulación matemática, esta teoría hoy conocida con el rimbombante nombre de decoherencia cuántica tiene su origen en 1957 al ser formulada por vez primera por Hugh Everett como la teoría de los Universos Paralelos.

Desafortunadamente, como no tenemos forma de poder “viajar” a esos universos paralelos no podemos comprobar si realmente existen o no. De cualquier modo, esos universos paralelos son universos en los cuales operan las mismas leyes físicas a las que estamos acostumbrados (la ley de la gravitación universal, las leyes de la termodinámica, las leyes del electromagnetismo, etc.). El universo al que hacen mención las religiones es otro tipo de universo del cual no tenemos ni siquiera la más remota idea sobre cómo funciona o qué tipo de “leyes” lo puedan hacer funcionar. El único punto de coincidencia entre la teoría de los universos múltiples predichos por la mecánica cuántica, todos ellos universos físicos, y el universo espiritual, es la imposibilidad de poder “saltar” a voluntad de un universo físico paralelo a otro, al igual que la imposibilidad de poder “saltar” a voluntad del universo físico en el que vivimos a ese universo espiritual.

Si rechazamos la posibilidad de la existencia de ese universo paralelo, de ese universo enteramente espiritual, entonces todo lo que será discutido adquiere el simple carácter de narrativos correspondientes a lo que algunos escépticos llaman “mitología cristiana”, o “mitología judeo-cristiana”; y en tal caso no será más real que los relatos que provienen de la mitología griega o de la mitología nórdica o de la mitología azteca, lo cual no debe ser impedimento para que procedamos adelante con el estudio que llevaremos a cabo.

Otra premisa que pudiéramos considerar secundaria pero no menos importante es la posibilidad de que ese universo espiritual esté habitado por seres dotados de inteligencia y consciencia como nosotros, porque si se trata de un universo vacío de todo rastro de vida entonces aunque tal universo sea “real” cualquier discusión sobre la existencia del mismo se convierte en una disquisición filosófica inútil, al no haber manera de poder trasladarse a voluntad hacia dicho universo.

Pero si aceptamos la hipótesis de un universo espiritual, que es la postura adoptada por millones de creyentes de diversas religiones, entonces el tema central que será discutido aquí adquiere una “realidad” que proporciona apoyo a la plausibilidad de la existencia de ese ente inteligente hoy conocido como Satanás que viviendo en aquél plano es capaz de ejercer una influencia importante en el curso de los acontecimientos humanos aún sin poseer un cuerpo físico formado por átomos y moléculas. La ausencia de un cuerpo físico puede ser desde luego un impedimento para lo que un ente de dicho plano quiera o pueda llevar a cabo en el plano físico del universo en que vivimos, ya que nuestro universo está regido por leyes naturales que necesariamente actúan como limitantes sobre lo que pueda lograr un ente que vive en otro plano en donde posiblemente las leyes naturales que conocemos no actúan como impedimento de nada.

Como se mencionó, y generalmente hablando, una de las premisas básicas manejadas por las religiones es que no es posible “viajar” a voluntad de nuestro universo físico a dicho universo “espiritual” con la posibilidad de volver como si hubiéramos tomado unas vacaciones. Para poder entrar en dicho universo espiritual es necesario romper primero los nexos con el cuerpo físico en el que habitamos; en otras palabras, es necesario pasar por la etapa de la muerte para poder quedar “liberados” de nuestras ataduras físicas pudiendo ingresar de este modo a dicho plano (nuestro cuerpo físico, funcionando bajo las leyes que rigen al universo físico en que vivimos, sería el principal impedimento para poder ingresar a ese universo espiritual). Esto presupone necesariamente que dentro de nosotros hay “algo” que sobrevive al proceso de la muerte, “algo” que es esencialmente indestructible por medios físicos ordinarios porque ese “algo” no está limitado por las leyes naturales de este universo físico, un “algo” que varias religiones identifican como “el alma”, el espíritu, la quintaesencia de la consciencia pensante del ser humano, el elán vital. Pero como la muerte del ser humano ordinario es un suceso irreversible, una vez que se ha entrado en dicho plano no es posible “volver” a este universo físico a voluntad. Se trata de un viaje sin retorno. El temor que despierta en muchos este viaje sin retorno es debido precisamente a la ignorancia de lo que pueda haber “allá”. Para los materialistas que niegan la existencia de ese otro plano existencial y que sólo creen en lo que puedan ver con sus ojos y detectar a través de sus sentidos físicos, la solución es muy simple: no hay nada más allá, y por lo tanto con la muerte desaparece todo rastro de lo que era la persona en vida, no quedando absolutamente nada de ella. Los espiritualistas, por el contrario, están convencidos de que la muerte no es más que otra etapa de la vida, como el nacimiento, y no hay en ellos la menor duda de que al morir algo sucederá que no puede ser percibido por nuestros medios físicos en este universo.

De cualquier manera, tanto materialistas como espiritualistas deberán pasar por ese proceso que llamamos “muerte”, quieran o no. En esto no hay opción alguna. Con temor o sin temor a este suceso, todos pasaremos por dicha etapa tarde o temprano, algunos un poco antes, otros un poco después. Si no hay “nada” más allá de la muerte, los materialistas ciertamente no quedarán decepcionados, porque no esperan que quede nada de ellos después de que hayan muerto. Pero tampoco los espiritualistas quedarían decepcionados, porque si no hay nada “del otro lado”, como tampoco quedará nada de ellos para percatarse del engaño entonces no habrá manera en la cual puedan quedar decepcionados. Por otro lado, si el plano espiritual existe y es tan real como este plano en el que habitamos, los espiritualistas ciertamente obtendrán una confirmación de todo lo que habían aceptado en sus vidas como un acto de fé. En cambio los materialistas indudablemente quedarán sorprendidos y posiblemente conmocionados e impactados al descubrir que efectivamente había algo “más allá” de nuestros sentidos físicos, operando con reglas diferentes a las reglas naturales a las cuales estaban acostumbrados en vida.

De cualquier modo, creyentes y no-creyentes posiblemente deban estar interesados por igual en lo que es proclamado a través de alguna de las religiones establecidas como la existencia de un punto de origen en otro plano existencial diferente al nuestro de eso que llamamos "el Bien" y eso que llamamos "el Mal". Para los no-creyentes, el material deberá ser por lo menos de interés histórico en el estudio de otras culturas. Y para los creyentes, el material que estudiaremos a continuación deberá de disipar dudas sobre de dónde provino la información de este ente conocido como Satanás.