jueves, 24 de julio de 2008

16: Una enseñanza de Jalil Gibrán

En los prólogos a la obra del escritor y poeta libanés Jalil Gibrán, en quien destacan la sabiduría antigua y el misticismo del Oriente, se señala que sus trabajos poseen un sabor raro y característico de sabiduría antigua y misticismo igualado por muy pocos autores en la historia de la literatura universal, y que no es extraño, por tanto, que sus lectores estén constantemente asombrados ante lo moderno que resulta Gibrán en este mundo y en esta época. Se destaca que la delicadeza de su mente, la visión de su ojo interior y la profunda, pero sencilla penetración que revelan cada una de sus parábolas se conjugan para presentar al lector algo que resulta incongruente de momento. Sin embargo, pronto se despeja el enigma, porque no tarda uno en comprender que Gibrán es intemporal y pertenece a todas las épocas. Jalil Gibrán, un hombre extraordinario nacido a la sombra de los sagrados cedros del Líbano, manifiesta un concepto extrañamente hermoso de la vida y la muerte en sus escritos, sin acabar de revelar nunca el objeto de sus cambios bruscos e intensos de idea y estilo.

Una de sus obras cumbres se titula “Satanás”, en la que hay una aguda invectiva, en el plan y en el elemento de sorpresa. En esta obra, Satanás, haciendo honor a su fama como el Príncipe de la Mentira, astutamente y tratando de salvar su vida le presenta sus argumentos al Padre Samaán entreverando sus mentiras con hechos que suponemos ciertos y verdaderos de modo tal que no es fácil distinguir claramente lo que es una mentira inventada por Satanás de lo que no lo es. El Padre Samaán es puesto a una dura prueba por Satanás quien hace lo mejor que puede para sembrar dudas en su corazón. Pero más allá del diálogo con el cual Satanás intenta envolver al Padre Samaán para hacerlo sobreponerse al horror que pueda inspirar alguien como Satanás en un hombre de Dios, convenciéndolo de ayudarlo a salvar la existencia del mismo Satanás, encontramos la tesis fundamental que Satanás nos podría presentar a cualquiera de nosotros en este mismo momento para justificar su propia existencia. Los argumentos planteados por Jalil Gibrán nos ponen ante un disyuntiva difícil: si alguien tuviese en sus manos la oportunidad y los medios para matar definitivamente a Satanás o dejarlo morir sin brindarle ayuda en caso de estar en franca agonía, ¿sería ello algo realmente deseable? ¿No nos pondría ello en contraposición a otra ruta que ya ha sido preparada de antemano por una mano superior a la nuestra? En la obra “Satanás” de Gibrán tenemos un atisbo de que, pese a todo, la misma rebelión incurrida por Satanás en contra del Creador puede ser y de hecho ha sido utilizada magistralmente por el mismo Creador para continuar adelante con un gran plan de desarrollo y perfeccionamiento de su obra que apenas si alcanzamos a comprender en toda su extensión.

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Satanás
Jalil Gibrán

La gente tenía al padre Samaán como guía en el campo de los asuntos espirituales y teológicos, porque era una autoridad y fuente de información profunda en eso de los pecados veniales y mortales, y estaba muy versado en los secretos del Paraíso, del Infierno y del Purgatorio.

La misión del padre Samaán en el norte del Líbano consistía en viajar de aldea en aldea, predicando y curando a las personas de la enfermedad espiritual del pecado, y en salvarlos de las redes horribles de Satanás. Aquel reverendo padre estaba en constante lucha con Satanás. Los fellahín le honraban y respetaban, y en todo momento estaban dispuestos a comprar su consejo o sus oraciones con monedas de oro y plata; y en cada cosecha ya era costumbre que le regalaran los frutos mejores de sus campos.

Una tarde de otoño, cuando iba de camino hacia una aldea solitaria, cruzando valles y colinas, oyó un grito de dolor que salía de una zanja abierta al lado del sendero. Se detuvo, miró en dirección a la voz y vió a un hombre desnudo tendido en tierra. Brotábanle regueros de sangre de las heridas profundas que tenía en la cabeza y en el pecho. Entre quejidos lastimeros solicitó su ayuda con estas palabras:

-Salvadme, ayudadme, tened piedad de mí. Me estoy muriendo.

El padre Samaán miró con ojos perplejos al doliente y dijo para sus adentros: “Este hombre debe ser un ladrón... Probablemente intentó robar a algún caminante y no lo logró. Alguien lo ha herido y quién sabe si no me acusarán de haber sido yo el que le ha matado si llega a morir”.

Pensando de esta manera, reanudó su camino, pero el moribundo quiso detenerle con sus alaridos:

-¡No me dejéis! ¡Me estoy muriendo!

El padre volvió a reflexionar sobre su caso, y el rostro se le quedó pálido al caer en la cuenta de que estaba negándole su ayuda. Le temblaban los labios, pero murmuró entre dientes: “Sin duda es uno de los forajidos que merodean por el bosque. El aspecto de sus heridas pone pavor en mi corazón; ¿qué haré? Un médico espiritual no es capaz de curar los cuerpos llagados”. Con esto, siguió adelante unos cuantos pasos, cuando le llegó una tan dolorosa quejumbre de aquel semicadáver, que era capaz de ablandar el más duro pedernal. El pobre hombre jadeaba:

-¡Acercaos a mí! Venid, porque somos amigos desde hace mucho tiempo... Vos sois el padre Samaán, el Buen Pastor, y yo no soy bandolero ni forajido... Acercaos, no me dejéis morir en este desierto. Venid, os diré quién soy.

El padre Samaán se aproximó, se arrodilló a su lado y lo miró fijamente, pero sólo vió un semblante extraño de rasgos de acusado contraste; allí había inteligencia y astucia, fealdad y belleza a la vez, perversidad y dulzura. Se puso en pie inmediatamente y exclamó:

-¿Quién eres?

Con voz desfallecida, le contestó el moribundo:

-No me temáis, Padre, porque hemos sido amigos íntimos durante mucho tiempo. Ayudadme a levantarme, y llevadme a algún arroyuelo para que me lave las heridas y las enguaje con vuestra ropa.

-Dime quién eres -indagó el padre-, porque no te conozco ni recuerdo siquiera haberte visto en mi vida.

-¡Sabéis quién soy! -repuso el hombre con voz entrecortada-. Me habéis visto mil veces y habláis todos los días de mí... Me queréis más que a vuestra misma vida.

-¡Eres un impostor y un mentiroso -le reprendió con dureza el padre-. Un moribundo debe decir la verdad... Yo no he visto tu cara perversa en toda mi vida. Dime quién eres, o te dejaré morir en tu miseria.

Entonces el hombre se agitó ligeramente, miró al clérigo a los ojos y en sus labios apareció una sonrisa misteriosa, mientras le decía con voz tranquila, profunda y suave:

-Soy Satanás.

Al oír aquella hórrida palabra, el padre Samaán exhaló un grito que repercutió en los remotos confines del valle; luego miró fijamente al moribundo y observó que, en medio de sus grotescas contorsiones, se parecía al Satanás del cuadro religioso que colgaba en la pared de la iglesia de su aldea. Se estremeció y clamó diciendo:

-Dios me ha mostrado tu imagen infernal y ha encendido en mí este odio que te profeso: ¡maldito seas para siempre jamás! ¡El cordero apestado tiene que ser destruído por el pastor para que no infecte a los demás!

-Daos prisa, Padre -replicó Satanás-, no gastéis este tiempo fugaz en palabras hueras... Venid y cerrad en seguida mis heridas, porque me estoy desangrando y la vida se me escapa.

-Las manos que ofrecen un sacrificio diario a Dios -repuso el eclesiástico- no deben tocar un cuerpo formado con la horrura putrefacta del infierno... Tienes que morir maldecido por las lenguas de los siglos y los labios de la Humanidad, porque tú eres su enemigo, y tu fin ha sido siempre destruír la virtud.

Satanás logró incorporarse sobre un codo entre convulsiones de dolor y contestó:

-No sabéis lo que decís, ni comprendéis el crimen que estáis cargando sobre vuestra conciencia. Prestadme atención, porque voy a referiros mi historia. Hoy me eché a andar solo por este valle solitario. Cuando llegué a este lugar, un grupo de ángeles bajó para atacarme y quedé herido gravemente; de no haber sido por uno de ellos que blandía una espada fulgurante de dos agudos filos, yo los habría tenido a raya, pero no podía hacer nada contra aquella espada brillante -dejó un momento de hablar para tentarse con mano trémula una honda herida que tenía en el costado; después siguió-. El ángel armado, creo que era Miguel, es un gladiador experto. Si no me arrojo al suelo y finjo estar muerto, me hubiese acabado con el fin más brutal y torturante.

Al oír aquello, el padre exclamó con voz triunfal, clavando los ojos en el cielo:

-¡Bendito el nombre de Miguel, que ha salvado a la Humanidad de este maleóvolo enemigo!

-Mi desdén por la Humanidad -protestó Satanás- no es mayor que el odio que te tienes a tí mismo -de pronto dejó de dispensarle el tratamiento cortés de “Vos”, poniéndose a su altura-. Estás bendiciendo a Miguel, quien nunca ha ido en ayuda tuya, y me maldices a mí en la hora de mi derrota, aunque yo fui y sigo siendo todavía la fuente de tu tranquilidad y dicha... Me niegas tu bendición y me retiras tu bondad, pero vives y prosperas a la sombra de mi ser... Has adoptado para mi existencia un pretexto, y para tu carrera un arma, y utilizas mi nombre para justificar tus acciones.

”¿No ha sido acaso mi pasado el que te ha hecho necesitar mi presente y mi futuro? ¿Has logrado tu meta de amasar la riqueza que te hace falta? ¿Te ha resultado imposible sonsacar a tus seguidores más oro y plata, blandiendo como terrible amenaza mi reino?

”¿No comprendes que si yo muero, tu vas a perecer también de hambre? ¿Qué harías mañana si me dejases morir hoy? ¿Qué ocupación seguirías si mi nombre desapareciese? Llevas ya décadas y décadas merodeando por estas aldeas y amonestando a la gente para que no caiga en mis manos. Han comprado tus consejos con sus míseros dinares y con los frutos de sus tierras. ¿Qué han de comprarte mañana cuando se enteren de que su pérfido enemigo ya no existe? Tu oficio moriría conmigo, porque la gente se sentiría a salvo del pecado. Pero, ¿no caes en la cuenta, como eclesiástico que eres, que a la existencia de Satanás se debe la de su enemiga la Iglesia? Este antiguo conflicto es la mano secreta que saca de la faltriquera de los fieles su oro y su plata, y la deposita para siempre jamás en la talega del predicador y del misionero. ¿Cómo vas a consentir que muera yo aquí, cuando sabes que esto será la causa indudable de que pierdas tu prestigio, tu iglesia, tu casa y tu manera de vivir?

Satanás guardó silencio un momento y su tono humilde adquirió cierto matiz de independencia confidencial, cuando prosiguió:

-Padre, eres orgulloso pero ignorante. Voy a narrarte la historia de la fe, y en ella encontrarás la verdad que nos une a los dos y vincula mi existencia con tu conciencia misma.

”En la hora primera del principio de los tiempos, el hombre se irguió ante la faz del Sol y extendió los brazos exclamando por vez primera: “Detrás del cielo hay un Dios grande, amante y benévolo”. Entonces el hombre volvió la espalda al inmenso círculo de luz, vió su sombra proyectada sobre la Tierra, y gritó “En las profunidades de la Tierra mora un diablo oscuro, a quien encanta la perversidad”.

”Y el hombre se encaminó hacia su caverna, murmurando entre sí: “Estoy entre dos fuerzas opuestas, en una de las cuales tengo que refugiarme, y contra la otra luchar”. Y fueron pasando los siglos y las edades en larga retahíla mientras el hombre arrastraba su existencia entre dos poderes, uno que lo colmaba de bendiciones porque lo alababa, y otro que lo maldecía porque le tenía miedo. Pero jamás comprendió lo que significaba una bendición o una maldición; estaba entre las dos, como el árbol entre el verano, cuando florece, y el invierno, cuando tirita.

”Cuando el hombre vió la aurora de la civilización, que es la comprensión humana, se formó la familia como unidad. Luego vinieron las tribus y el trabajo se dividió según los talentos y las inclinaciones; un clan cultivó la tierra, otro construyó viviendas, otros tejieron la ropa o se dedicaron a cazar para comer. Luego apareció sobre la Tierra la adivinación, que fue la primera carrera adoptada por el hombre, quien no experimentaba necesidades o apremios especiales.

Satanás dejó de hablar unos momentos. Luego soltó una carcajada que atronó el valle desierto, pero que le recordó también sus heridas y le hizo llevarse la mano al costado adolorido. Se tranquilizó de nuevo y continuó diciendo:

-Apareció la adivinación y se extendió por toda la Tierra de manera extraña.

”Hubo un hombre en la primera tribu, que se llamaba La Wiss. Desconozco el origen de su nombre. Era un ser inteligente, pero extremadamente perezoso, y aborrecía el trabajo del cultivo de la tierra, construír albergues, apacentar el ganado o cualquier esfuerzo que requiriese ejercicio y movimiento corporal. Y como el alimento no podía obtenerse en aquellos tiempos más que merced a un trajín afanoso y asiduo, La Wiss dormía muchas noches con el estómago vacío.

”Una noche de verano, cuando los miembros de aquel clan se congregaban en torno a la cabaña de su jefe para hablar de cómo se les había dado el día y esperar a que los rindiese el sueño, uno de ellos se puso en pie de un salto, señaló con el dedo a la Luna, y exclamó: “¡Miren al Dios de la noche. Su cara es negra, su belleza se ha disipado y se ha convertido en una piedra oscura que cuelga de la bóveda del cielo!” La multitud se quedó mirando a la Luna, gritando de pavor y temblando, como si las zarpas de las tinieblas hubiesen agarrotado sus corazones, porque estaban viendo como el Dios de la Noche se trocaba lentamente en una esfera negra que cambiaba el aspecto brillante de la Tierra y hacía desaparecer las montañas y los valles ante sus ojos tras un denso velo.

”En ese momento, La Wiss que ya había visto un eclipse y sabía cual era su sencilla causa, se adelantó para aprovechar la oportunidad que se le presentaba. Plantóse en medio del gentío, levantó las manos al cielo y se dirigió a ellos con voz tonante, diciendo: “Arrodillaos y rezad, porque el Dios Perverso de la Oscuridad está librando una batalla con el Dios Iluminador de la Noche; si gana, todos pereceremos; pero si triunfa, el otro, seguiremos viviendo... Rezad ahora en adoración... Cubríos los rostros con tierra... Cerrad los ojos y no alcéis la cabeza al cielo, porque el que vea luchando a dos divinidades perderá la vista y la mente, y quedará ciego y loco para toda la vida. ¡Inclinad las cabezas y desead con todo vuestro corazón que el Dios Iluminador de la Noche triunfe sobre su enemigo, que es también nuestro mortal enemigo!”

”Y La Wiss siguió hablando por este tenor, empleando muchas palabras crípticas de su invención, que, claro, ellos no habían oído jamás. Cuando, después de este pequeño embuste, la Luna volvió a su gloria anterior, La Wiss alzó más la voz y dijo en tono impresionante: manos al cielo y se dirigió a ellos con voz tonante, diciendo: “Levantáos y mirad al Dios de la Noche que ha triunfado sobre su enemigo. Está reanudando su viaje entre las estrellas. Sepan todos que, gracias a vuestras plegarias, ha logrado subyugar al Diablo de las Tinieblas. Ahora está satisfecho y más resplandeciente que nunca”.

”La multitud se levantó y miró a la Luna que fulguraba en todo su esplendor. El pavor se trocó en tranquilidad y la confusión en alegría. Empezaron a danzar, a cantar y a golpear con sus varas láminas de hierro, llenando los valles con su clamor y su griterío.

”Aquella misma noche el jefe de la tribu llamó a La Wiss, con quien habló, diciéndole: “Has hecho algo que nadie ha hecho... Has demostrado tener conocimiento de un secreto oculto que nadie de nosotros entiende. Como eres reflejo de la voluntad de mi pueblo, debes ser el segundo en categoría de la tribu, después de mí. Yo soy el más fuerte, tú el más sabio y entendido... Eres el mediador entre nuestro pueblo y los dioses, cuyos deseos y acciones debes interpretar; después nos enseñarás lo que tenemos que hacer para merecer tus bendiciones y tu amor”.

”Y La Wiss prometió astutamente: “¡Cuanto el Dios Humano me revele en mis sueños divinos te será comunicado a tí en estado de vigilia, y puedes estar seguro de que voy a proceder directamente entre tí y él!” El jefe le creyó, le dio dos caballos, siete becerros, setenta ovejas y setenta corderos; y le habló diciendo: “Los hombres de la tribu construirán para tí una casa fuerte, y te daremos al terminar cada cosecha parte de ella, para que puedas vivir como honorable y respetado Maestro”.

”La Wiss se levantó y se disponía a retirarse, cuando el jefe le detuvo, diciendo: “¿Quién es ese a quien llamas Dios Humano? ¿Quién es esta valerosa divinidad que pelea con el glorioso Dios de la Noche? Nunca habíamos pensado en él”.

La Wiss se frotó la frente y le contestó, diciendo: “Mi honorable Señor, en los viejos tiempos, antes de la creación del hombre, todos los dioses vivían pacíficamente juntos en un mundo superior tras la vastedad de las estrellas. El Dios de los Dioses era su padre, sabía lo que ellos ignoraban y hacía lo que ellos eran incapaces de hacer. Se guardó para sí los secretos divinos que existían más allá de las leyes eternas. Durante la séptima época de la edad duodécima, el espíritu de Bahtaar, que aborrecía al Gran Dios, se sublevó y se presentó ante su padre, diciendo: “¿Por qué te guardas para tí el poder de la gran autoridad sobre todas las criaturas, ocultándonos a nosotros los secretos y las leyes del Universo? ¿No somos nosotros tus hijos, no creemos en tí y compartimos contigo el gran conocimiento y el ser perpetuo?” El Dios de los Dioses se enfureció y le dijo: “Yo me reservé el poder principal, la gran autoridad y los secretos esenciales, porque soy el principio y el fin”. Y Bahtaar le contestó diciendo: “Si te niegas a compartir conmigo tu poder y tu fuerza, yo y los hijos de los hijos de mis hijos se levantarán contra tí”. En ese momento, el Dios de los Dioses se irguió sobre su trono en lo más profundo de los cielos, desenvainó una espada, embrazó al Sol por escudo, y con una voz que sacudió los últimos confines de la eternidad, clamó, diciendo: “¡Desciende, rebelde maldito, al horrendo mundo inferior en que reinan las tinieblas! ¡Allí quedarás desterrado para siempre, vagando hasta que el Sol se trueque en cenizas y las estrellas se pulvericen y dispersen en partículas!” En aquella misma hora, Bahtaar cayó fulminado del mundo superior al inferior, donde moraban todos los espíritus malvados. Y en aquél momento juró por el secreto de la Vida guerrear contra su padre y sus hermanos, apoderándose de las almas de cuantos lo amaban”.

”Mientras escuchaba, se le frunció la frente al jefe de la tribu y su rostro palideció. E indagó: “¿Entonces el nombre del Dios Perverso es Bahtaar?” A lo que La Wiss respondió: “Se llamaba Bahtaar cuando estaba en el mundo superior, pero al hundirse en el inferior, fue adoptando sucesivamente los nombres de Baalzaboul, Satanail, Balial, Zamiel, Ahrimán, Mara, Abdón, Diablo, y finalmente Satán o Satanás, que es el más famoso”.

”El jefe repitió la palabra Satanás muchas veces con voz trémula, que sonaba como las ramas secas agitadas por el viento; y luego le preguntó: “¿Por qué odia Satanás a los hombres tanto como a los dioses?”

”A lo cual replicó inmediatamente La Wiss: “Odia al hombre porque es descendiente de los hermanos y hermanas de Satanás”. El jefe exclamó: “Entonces Satanás es primo del hombre”. Con voz en la que se reflejaba la confusión y el disgusto, le contestó él: “Si, Señor, pero no por eso deja de ser su encarnizado enemigo, que llena sus días de miseria y sus noches de sueños horribles. Él es el poder que desencadena la tempestad sobre las cabañas y lleva la sequía a sus plantaciones y la enfermedad a sus animales y a ellos mismos. Es un dios maleóvolo y poderoso; es perverso, se regocija cuando padecemos nosotros, y llora y se entristece cuando estamos alegres. Yo creo que debemos estudiarlo a él concienzudamente, con objeto de evitar sus maldades; ¡debemos examinar su carácter para no tropezar en su camino que está lleno de trampas!”

”El jefe apoyó la cabeza sobre su grueso garrote y murmuró: “Ahora me he enterado del secreto oculto de aquel extraño poder que hace descargar las tempestades sobre nuestras moradas y la peste sobre nosotros y sobre nuestro ganado. El pueblo debe estar informado también de lo que yo sé ahora, y La Wiss será honrado, bendecido y glorificado por revelarles el misterio de su poderoso enemigo y por apartarlos de la senda de su perversidad”.

”Entonces La Wiss se retiró de la presencia del jefe de la tribu y se fue a su lugar apartado, satisfecho de su mañera sagacidad y emborrachado por el vino de su placer y fantasía. Por primera vez el jefe y toda la tribu, no lograron conciliar el sueño en sus lechos; se sentían rondados por hórridos espectros y fantasmas espantosos en medio de pesadillas estremecedoras. La Wiss durmió en cambio a pierna suelta.

Satanás dejó de hablar un momento. El padre Samaán se le quedó mirando con expresión perpleja, y en sus labios apareció la espectral sonrisa de la muerte. Después de esta pausa, siguió diciendo Satanás:

-Así fue como llegó la adivinación a la Tierra, y por tanto, fue mi existencia la causa de que surgiese. La Wiss fue el primero que adoptó mi crueldad por vocación. Después de su muerte, este oficio se heredó de generación en generación y prosperó hasta convertirse en una profesión perfecta y divina, ejercida exclusivamente por aquellos cuya mente está madura y llena de saber, cuya alma es noble, cuyo corazón es puro y cuya fantasía es enorme.

”En Babilonia, la gente se inclinaba siete veces ante un sacerdote que me combatía con sus cánticos... En Nínive consideraban al hombre que pretendía conocer mis designios como un vínculo dorado de unión entre Dios y la Humanidad. En el Tíbet, llamaban hijo del Sol y de la Luna a quien peleaba conmigo... En Biblos, Éfeso y Antioquía, ofrecían la vida de sus hijos en sacrificio a mis enemigos... En Jerusalén y Roma, ponían su existencia en manos de quienes hacían gala de aborrecerme y me profesaban una hostilidad irreconciliable.

”En todas las ciudades bajo el Sol mi nombre era el eje del círculo educativo de la religión, las artes y la filosofía. De no ser por mí, no se habrían construído templos, ni eregido palacios y torres. Yo soy el valor que inspira decisión al hombre... Yo soy la fuente de originalidad de su pensamiento... Soy la mano que mueve sus manos... ¡Yo soy el Satanás eterno, sin fin! Conmigo lucha la gente para conservar su vida. Si dejasen de combatirme, la pereza entorpecería su mente, su corazón y su alma, según los siniestros castigos de sus mitos tremendos.

”Yo soy la tempestad furibunda que agita en silencio las mentes de los hombres y los corazones de las mujeres. Por pavor a mí, viajan en peregrinación a santuarios y centros de adoración para condenarme, o bien a los antros de vicio para hacerme feliz al someterse a mi voluntad. El monje que reza en el silencio de la noche para apartarme de su lecho es como una prostituta que me invitase a su alcoba. Yo soy Satanás, imperecedero y eterno.

”Yo soy el que construye conventos y monasterios sobre los cimientos del miedo. Yo edifico las tabernas y las casas malas sobre los cimientos de la lujuria y del licensioso placer. Si yo dejase de existir, desaparecerían del mundo el miedo y el regocijo, con lo cual quedarían desterrados del corazón humano el deseo y la esperanza. La vida comenzaría a ser algo vacío y frío, como un arpa con cuerdas rotas. Yo soy Satanás, el eterno.

”Yo soy el que alienta e instiga la Falsedad, la Calumnia, la Traición, el Fraude y la Burla, y si tales elementos se extirpasen de este mundo, la sociedad humana se convertiría en un campo yermo, en que sólo nacerían los espinosos abrojos de la virtud. Yo soy Satanás, el eterno.

”Yo soy el padre y la madre del pecado: si el pecado desapareciese, con él se irían también los que combatían el pecado, junto con sus familias y sus estructuras e instituciones.

”Yo soy el corazón de toda perversidad. ¿Desearías acaso que el corazón humano dejase de latir tras la paralización del mío? ¿Aceptarías el resultado, o sea, el efecto, después de destruír la causa? Pues bien, ¡yo soy la causa! ¿Consideradas estas cosas, me irás a dejar morir en esta soledad desierta? ¿Deseas por ventura quebrar el vínculo que nos une a tí y a mí? ¡Contéstame, clérigo!

Y Satanás extendió los brazos, inclinó hacia adelante la cabeza y jadeó profundamente; su rostro se volvió gris y parecía una de tantas estatuas egipcias como fueron dejando los siglos en las márgenes del Nilo. Después fijó los centelleantes ojos en la faz del padre Samaán y dijo con voz desfallecida:

-Estoy fatigado y débil. Hice mal en malgastar mis fuerzas decaídas para hablar de cosas que ya sabías tú. Ahora haz lo que te parezca... Puedes llevarme a tu casa y curarme las heridas o dejarme aquí para que muera.

El padre Samaán se frotó nerviosamente las manos, se estremeció y contestó en plan de excusa:

-Ahora sé lo que ignoraba hace una hora nada más. Perdona mi ignorancia. Comprendo que tu existencia en este mundo es la que da pie a la tentación, y la tentación es una medida en virtud de la cual Dios juzga el valor de las almas humanas, la escala con que el Todopoderoso calibra los méritos de los espíritus. Estoy seguro de que, si tú mueres, también morirá la tentación, y al desaparecer ésta, la muerte destruiría el poder ideal que eleva y pone en guardia al hombre.

”Tú tienes que vivir, porque si pereces y la gente se entera, se disipará su temor del infierno y dejarán de cumplir con sus deberes religiosos, porque entonces nada será pecado. Tienes que vivir, porque en tu vida radica la salvación de la Humanidad del vicio y de la culpa.

”En cuanto a mí, sacrificaré el odio que te profeso en aras de mi amor al hombre.

Soltó Satanás una carcajada que hizo retemblar la tierra y exclamó:

-¡Qué inteligente eres, Padre! ¡Y qué admirable es tu saber y conocimiento de los valores teológicos! Has averiguado, merced a ese saber, que mi existencia tiene un objetivo que jamás habías llegado a comprender. Ahora caes en la cuenta de que nos necesitamos el uno al otro.

”Acércate a mí, hermano: la oscuridad está engolfando las llanuras y la mitad de mi sangre se ha derramado sobre la arena de este valle; no me quedan más que los restos de un cuerpo maltrecho que la Muerte comprará enseguida si no te das prisa en ayudarme.

El padre Samaán se arremangó los puños de su ropón, se le acercó y cargando a Satanás sobre su espalda, se encaminó a su hogar.

En medio de aquellos valles sumergidos en el silencio vespertino y envueltos en el romántico velo de las tinieblas, el padre Samaán fue caminando hacia la aldea, encorvado bajo el peso de su carga. Su negra vestimenta y su luenga barba estaban salpicadas de sangre, pero siguió avanzando afanosamente, mientras sus labios se movían en una fervorosa plegaria por la vida de Satanás.