A un Emperador Romano de pronto, sin saber cómo, en un instante le llega la ocurrencia de culpar a los miembros de una secta religiosa nueva de haber incendiado a Roma, pese a que ellos jamás han hecho nada en contra suya ni han convocado a rebelión alguna en contra de su autoridad. Tras esto, ordena la persecución de los mismos, y sin saber exactamente cómo, aumenta su crueldad en contra de ellos y los somete al martirio público en el Coliseo de Roma. Al líder de ellos, un ex-pescador de la Galilea llamado Simón Pedro, lo manda crucificar, y a muchos de sus seguidores los manda ser arrojados vivos a los leones, deleitándose con el espectáculo. Todos estos infaustos sucesos tienen un punto de origen muy específico, rastreable a ese breve instante de tiempo en el cual al Emperador le llegó quién sabe de dónde ésta ocurrencia, pero el Emperador ya olvidó por completo lo que sucedió en ese instante, pese a que todos los sucesos posteriores son rastreables directamente y en forma precisa a lo que sucedió en ese instante.
A un brillante líder militar en Francia le llega de pronto la ocurrencia de que Europa, bajo su mando total, se puede convertir en el Imperio más grande conocido por el hombre, lo cual lo lleva a movilizar sus ejércitos para la conquista de Rusia, una movilización que producirá muchas muertes, mucho dolor y mucho sufrimiento, y a la postre esta invasión fracasará y de su pretendido Imperio quedará tan solo la intención, y él terminará perdiendo prácticamente todo. La catástrofe derivada de la invasión a Rusia no es más que la consecuencia directa de lo que sucedió en ese brevísimo instante de tiempo en el cual de pronto le llegó esa ocurrencia quién sabe de dónde.
Al líder de una banda musical le llega de pronto la ocurrencia de que si recurre al escándalo injuriando los símbolos religiosos que se consideran sagrados, su banda musical tendrá un éxito comercial enorme al multiplicarse las ventas de los discos conteniendo la música de la banda. Entre más profana sea la música, entre mayor sea la cantidad de blasfemias que contenga incitando a los jóvenes a su propia degradación y envilecimiento y al consumo de drogas y al abuso de los placeres sensuales, mayores serán las ventas, más grande será la fama de la banda musical. Fama, gloria, dinero. ¿Acaso el éxito no se trata precisamente de esto? Todo lo que sucede posteriormente es rastreable en forma directa al instante en el cual le llegó ésta ocurrencia quien sábe de dónde al líder de la banda musical; el resto es mera historia anecdótica.
A un joven que nunca antes ha probado ni la mariguana ni la heroína ni la cocaína de pronto, sin saber cómo, le llega de pronto la curiosidad por probar aquello que sus padres le han prohibido, le llega la curiosidad por experimentar con esas substancias que lo llevarán a paraísos maravillosos de placer. En ese breve instante en el que decide tomar la decisión de llevar a cabo estos experimentos de química con su propio cerebro, una decisión que cambiará su vida para siempre, lo que menos importa son las consecuencias. En ese instante de tiempo adquiere la idea de que puede ingresar al mundo de la drogadicción y salir del mismo a voluntad sin consecuencia alguna. Una vez que ingresa a este inframundo, descubre demasiado tarde que salir de dicho mundo es extraordinariamente difícil, descubre que ha caído en una trampa, su propia trampa. Al igual que como ocurrió con los primeros padres, posiblemente terminará perdiéndolo todo, absolutamente todo. Posiblemente terminará atrapado irremisiblemente en un mundo en el que se pierde todo tipo de esperanza. Posiblemente terminará muerto. Y todo ello es consecuencia directa de ese brevísimo instante de tiempo en el cual el joven tomó esa decisión, en el cual al joven le llegó esa idea quién sabe cómo y de dónde. Todo lo demás es simple efecto.
Un cierto joven que tiene una prometedora carrera profesional como arquitecto, en cierto momento de su vida sin saber ni siquiera cómo, toma la decisión de que puede agradar a Dios matando a muchos a los que ni siquiera conoce y matándose a sí mismo al cometer tal acto, estrellando un avión conducido por él en contra de un enorme edificio y sembrando una destrucción inimaginable enlutando a muchas familias y dejando en su breve paso por la tierra una cantidad enorme de viudas y huérfanos que estarán maldiciendo su nombre por muchos años venideros:
La destrucción que ocasiona el joven arquitecto es completamente real, la destrucción se puede contabilizar en una enorme suma de dinero; y sin embargo la causa de todo se puede rastrear directamente a ese instante crítico en el cual, pese a su cultura y su preparación universitaria, él sin saber exactamente cómo tomó tan fatal decisión llegada quién sabe de dónde y que lo llevará a su muerte y a la muerte de miles de seres inocentes. Y al morir muere completamente convencido de que por tal acto de ciega destrucción en el que él ha actuado como juez y verdugo en contra de todos a los que ha matado y a los que nunca conoció personalmente será recompensado ampliamente en el más allá. Está convencido de que en el paraíso celestial del que nos hablan las religiones hay un lugar reservado para él como premio a su insania. No espera consecuencia alguna por lo que hizo.
Un hombre maduro que encuentra muy atractivo a un niño cercano a él de repente le entra la idea de que puede hacerlo suyo físicamente, poseyéndolo aún en contra de su voluntad, para el disfrute de lo que parece que será un enorme gozo sexual. La idea de arrebatarle a este niño para siempre su su inocencia, lejos de hacerlo entrar en razón y animarlo a entablar un duro combate para resistir este pensamiento, lo excita aún más. La idea, desde que le entró en la cabeza, no lo deja en paz y continúa atosigándolo noche y día. Hasta que lo hace. Abusa sexualmente del niño. ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿Qué lo detiene? Simplemente nadie se enterará. Esto es lo que piensa. Pero tarde o temprano descubrirá que sí hay consecuencias; y graves. Y cuando las haya, ni siquiera se pondrá a pensar en aquél primer momento en el que esa idea malsana le entró a la cabeza, y mucho menos de dónde le pudo haber llegado. Lo sucedido es más grave aún por tratarse de un sacerdote católico, por tratarse de un hombre que ante el Altar de Dios juró que sería un instrumento de la Creación para conducir a los hombres a su salvación, no a su perdición, un hombre que a fin de cuentas no resultó mejor que Judas Iscariote traicionando la misión redentora de Jesús y ocasionando un grave daño a la Iglesia que confió en él.
En los Estados Unidos, casi sin darse cuenta, a dos jóvenes estudiantes de preparatoria:
les va entrando en la cabeza cada vez con mayor fuerza la idea de llevar a cabo una masacre matando a la mayor cantidad de compañeros suyos a los que puedan matar sin importar el sexo, y matar también a la mayor cantidad de maestros que puedan matar también sin importar el sexo. Llevar a cabo la masacre presenta el inconveniente de que podrían ser arrestados y sometidos al escarnio público además de tener que enfrentar en un juicio público a los familiares de los asesinados y ser enviados por el resto de sus vidas a la cárcel o a un sanatorio psiquiátrico, además de tener que enfrentar el dolor, el reproche y el repudio de sus propios padres por lo que hicieron, pero estos inconvenientes se resuelven fácilmente con una solución obvia: matándose a sí mismos una vez cometida la masacre antes de que puedan llegar las autoridades para arrestarlos, burlando de este modo a la justicia de los hombres. Serán famosos, nunca pisarán la cárcel, y nunca tendrán que verle la cara a los padres de los estudiantes que mataron ni a sus propios padres. De haber luchado en contra de estas ideas insanas que se fueron nutriendo en las mentes de ambos, es posible que la masacre nunca se habría cometido, aunque luchar en contra de este asalto insidioso es lo mismo que tratar de luchar en contra de un enemigo invisible, es una lucha en la cual los débiles de espíritu casi siempre terminan derrotados con terribles consecuencias no sólo para ellos sino para aquellos que los rodean. Y los dos jóvenes posiblemente nunca se preguntaron a sí mismos seriamente de dónde les podrían estar llegando todas estas ideas de destrucción y autodestrucción.
A un individuo en Veracruz, sin tener nada mejor que hacer con su tiempo, se le ocurre de pronto fundar una nueva religión personificando ese proceso natural que llamamos muerte, elevándolo inclusive a la categoría de santidad, construyendo una imagen que será llamada La Santísima Muerte:
a la cual hay que rendirle adoración y culto:
Esto, desde luego, no es más que una nueva forma de paganismo que desoye el Mandamiento más importante de todos, el Primer Mandamiento que dice: “Amarás al Señor tu Dios por sobre todas las cosas.”, y desoye la advertencia dada en el capítulo 20 del Libro del Éxodo a Moisés:
1 Entonces Dios pronunció estas palabras:
2 Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud.
3 No tendrás otros dioses delante de mí.
4 No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas.
5 No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto; porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen;
6 y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos.
Poco importan las razones que hayan movido a este individuo a fundar su nueva religión arrastrando consigo a muchos creyentes. Si lo hizo por razones de índole comercial para estafar incautos o si lo hizo porque terminó genuinamente convencido en la existencia de un ser que es “la santa muerte”, el daño ocasionado es el mismo. Pero el momento en el cual se le ocurrió de repente establecer esta nueva idolatría es un momento preciso, real, es un instante en el cual le llegó esta idea quien sabe de dónde o quien sabe cómo, pero de no ser por ese instante no existiría esta nueva forma de paganismo apartando aún más al hombre de su Creador. Y así, por enésima ocasión, las advertencias son desoídas. Y así, en vez de venerarse al dador de vida, en vez de venerarse al Creador, se venera la pérdida de la misma. Esto es justo lo que buscaría lograr a toda costa un adversario del Creador, que sus propias creaciones terminen negándolo y reemplazándolo con ídolos e imágenes hechos por la mano del hombre.
¿Alguna vez alguien se ha puesto a pensar realmente de dónde provienen esas ideas, esas “sugerencias” que han ocasionado y siguen ocasionando tanta destrucción, tantas muertes, tanto dolor, tanto sufrimiento? La sugerencia de que llegan por sí solas, de que surgen de la nada, va directamente en contra de lo que conocemos como la ley de causa y efecto, el principio fundamental sobre el cual descansa toda la ciencia contemporánea del hombre. Si suponemos la existencia de una causa, de un común denominador en todos los casos, lo que hemos visto despeja el panorama en buena medida. Lo más importante es que, a fin de cuentas, nadie es obligado en contra de su voluntad a incurrir en tales acciones que terminan llevando a los que tomaron una decisión tan destructiva llevándolos su caída, haciéndolos perder a la postre todo. Ha resultado fácil para muchos el culpar a los primeros padres (o lo que simbolizan los primeros padres) de la decisión que terminó costándole a la humanidad entera la expulsión de ese mundo identificado (¿simbólicamente?) como el jardín del Edén, sin ponerse a meditar que ese suceso se sigue repitiendo una y otra vez, sin ponerse a pensar que cada vez que llegan esas ideas quién sabe cómo y quién sabe de dónde existe la facultad de decir simplemente ¡No!, y pese a ello se sigue incurriendo en la misma culpa que se le quiere echar por completo a los primeros que fueron probados y que fallaron en la prueba. Aquella prueba no fue más que la primera. La humanidad entera sigue siendo puesta a prueba en estos momentos; esto no terminará, por lo menos no hasta que ocurra algún suceso trascendental y definitivo que no ha ocurrido desde que el Homo Sapiens fue creado.