De acuerdo con las tradiciones orales del pueblo judío, Satanás antes de su caída no era Satanás. Se llamaba Samael, aunque también recibió posteriormente el nombre de Lucero (palabra derivada del Latín que significa “portador de luz”) en alusión a su radiante belleza, a su resplandeciente hermosura. Es importante tener en cuenta en todo momento que posiblemente ninguno de estos nombres sea el nombre “verdadero” del ser al que nos estamos refiriendo, todas estas palabras son nombres con las cuales el hombre a través de las épocas intenta darle alguna identificación a algo que le es desconocido. Su nombre “verdadero”, si lo tiene en otro plano existencial diferente al nuestro, permanece y probablemente siga permaneciendo como un profundo misterio, como una incógnita más de las muchas que tenemos sobre aquél universo que escapa la detección de nuestros sentidos.
La palabra Samael no aparece en la Biblia. Esta palabra predata el nacimiento del Cristianismo y forma parte de la tradición propia de la cultura judía. En la Wikipedia podemos encontrar mayores detalles acerca de Samael, como también lo podemos encontrar bajo Adramelec.
La palabra Samael es una palabra mixta que proviene del hebreo, formada por la combinación de la palabra sam que significa “veneno” y el, abreviatura de Eloi que significa “El Señor, Dios”. En la actualidad, los exégetas interpretan a Samael como el verdadero nombre de Satán o Satanás.
La palabra Satán significa en arameo (uno de los idiomas hablados por Jesús de Nazaret) “adversario, enemigo, acusador”.
En el capítulo 14 del Libro del profeta Isaías encontramos lo siguiente, en alusión directa a Lucero:
12 ¡Cómo has caído del cielo,
Lucero, hijo de la aurora!
¡Cómo has sido precipitado por tierra,
tú que subyugabas a las naciones,
13 tú que decías en tu corazón:
“Subiré a los cielos;
por encima de las estrellas de Dios
erigiré mi trono,
me sentaré en la montaña de la asamblea divina,
en los extremos del norte;
14 escalaré las cimas de las nubes,
seré semejante al Altísimo!”.
Estos versículos que aparecen en el Antiguo Testamento nos describen las razones de la caída de un rey arrogante, al que se le menciona únicamente con el nombre Lucero. Los exégetas católicos de la Biblia no tienen problema alguno en identificar a este ser llamado Lucero o Lucifer como el mismo al que hoy llamamos Satanás, el mismo que antes de su caída intentó ser semejante al Altísimo.
De haber sido el ángel favorito de Dios a terminar siendo expulsado para siempre del paraíso celestial ésta debe haber sido quizá la caída más dura y más espectacular que podamos concebir desde cualquier ángulo que se le mire, porque nunca antes ningún ser en mitología o religión alguna estuvo tan alto y terminó cayendo tan bajo. Esta caída es algo que escapa a nuestros sentidos y a nuestra comprensión, porque se trata de una caída que los profetas bíblicos nos dicen que tuvo lugar en un universo diferente a nuestro universo físico. Escapa por completo de nuestra comprensión la forma en la cual "el más allá" pueda estar subdividido en "regiones" de modo tal que el ser llamado Satanás pueda ser expulsado de una región privilegiada conocida como "la casa de Dios" o el paraíso celestial hacia otra región diferente en donde terminó por establecer su propio reinado con los ángeles que le siguieron, ángeles que terminaron convirtiéndose en demonios. Posiblemente en todo este tiempo los profetas de la Biblia han estado batallando para describir con palabras algo que simple y sencillamente no puede ser descrito con palabras, del mismo modo en que es imposible tratar de explicarle a un ciego de nacimiento la diferencia entre el color rojo y el color azul; y sólo es posible obtener una idea remota que ni siquiera podemos llamar vaga sobre los sucesos que acontecieron cuando ocurrió la caída de Satanás. Esta caída, más que una caída clásica desde "arriba" hacia "abajo" siguiendo la ley de la gravedad que opera en nuestro universo físico, es aceptada por los estudiosos de la Biblia como una caída de la gracia de Dios. Al entrar en rebelión abierta y directa en contra de su Creador, el ser rebelde no dejó más alternativa al Padre y a los demás ángeles leales al Padre que removerlo de la presencia del Altísimo y echarlo fuera:
Pictóricamente, en grabados famosos tales como los grabados en blanco y negro de Gustave Doré que se han estado utilizando aquí, Satanás es representado antes de su caída como un ángel bellísimo, resplandeciente con tanta hermosura que a duras penas se le puede representar en toda su belleza natural; y es representado después de su caída como un ser deforme y monstruoso cuya sola imagen causa espanto y horror en quienes se atrevan a mirarlo directamente. Pero estas son representaciones humanas de algo que está ocurriendo en otro plano existencial, en otro universo completamente diferente al nuestro, y como tales no son mejores que el empleo de las palabras usadas para describir algo que no puede ser descrito con simples palabras. Más que una representación adaptada a nuestro universo físico, lo que se está tratando de representar es una caída espiritual, un colapso total en el cual un ser que ha caído ha perdido por completo todo rastro de respeto hacia la autoridad suprema y ha decidido en incurrir en desobediencia abierta sin medir las consecuencias. Esta caída representa una conversión total del Bien hacia el Mal o, peor aún, del Bien total hacia el Mal total. Se trata de un ser que habiendo estado en la presencia del mismo Dios terminó abrazando todo lo que se considera como lo más vil, lo más abyecto, lo más cruel, lo más repugnante, lo más horrible, lo más obscuro entre lo más obscuro de las bajas pasiones, haciendo suyo el odio, la traición, la envidia, el homicidio, la mentira, en fin, todo lo que contraviene todos los mandamientos del Decálogo, deleitándose sobremanera en provocar a otros dolor y locura en grado extremo sin respetar a nadie. Pero lo más duro para Satanás es que esta caída es una caída sin posibilidad de arrepentimiento ni posibilidad de retorno hacia el Padre, porque ello no está en la naturaleza de los ángeles al igual que no está en la naturaleza de las ballenas el poder volar por los aires ni está en la naturaleza de las panteras el poder cambiar de color a voluntad. Una vez que se ha caído, se ha caído sin remedio. Esta facultad para poder cambiar de opinión no existe en ninguno de los ángeles al momento de haber sido creados, ni siquiera en Satanás, pero sí existe en otra creación posterior a la creación de los ángeles: el hombre. El hombre y únicamente el hombre tiene el don para poder corregir su rumbo en cualquier momento de su vida regresando al Padre, al igual que es el único ser bajo la Creación capaz de poder ir evolucionando intelectualmente. Esta capacidad innata del hombre para poder ir mejorando a diferencia del impedimento natural que tienen los ángeles para corregir el rumbo ciertamente debe ser la mayor causa de envidia y de rencor de Satanás en contra del hombre y de su Creador. ¿Por qué razón se le dió al hombre algo que a él no se le dió? En esto, pese a toda su inteligencia y sabiduría que nunca ha perdido ni siquiera tras su caída, Satanás está tratando de olvidar en todo momento algo importante: los numerosos dones con los que fue colmado al momento de haber sido creado fueron dones que Satanás recibió gratuitamente. No hizo absolutamente nada para merecerlos. No se los ganó. No le costó ningún trabajo tener tales dones. Lo cual hace su ingratitud en contra de su Creador aún mayor, al no agradecerle como es debido a su Creador el haberle investido de tanta sabiduría y tanta inteligencia sin haberle pedido nada a cambio excepto el amor y la adoración que justamente esperaba como su Padre y su Creador. Esto hace de Satanás no sólo un ángel rebelde, sino también un ser ingrato, el más ingrato de cuantos haya habido bajo la Creación.
Frecuentemente hay quienes se preguntan por qué, si Satanás es el origen y la causa de todos los males, Dios simplemente no lo mata. Desde una perspectiva humana, esto suena fácil. Pero desde una perspectiva “del otro lado”, posiblemente esto no sea algo tan fácil, considerando que la esencia de un ser enteramente espiritual inmortal por naturaleza no se presta para su destrucción. Pero encima de todas estas consideraciones, hay otra consideración mucho más importante: Dios no mata. Esta es una premisa esencial del Cristianismo y de otras religiones. Esperar que Dios mate a Satanás, quien fuera su ángel favorito, es equiparable a esperar que una madre mate a su hijo predilecto por haberse portado mal. Ninguna madre, excepto una que esté trastornada de sus facultades mentales, matará a ninguno de sus hijos, y antes bien preferirá padecer todas las angustias que le provoquen los crímenes de su hijo. En todo caso, buscará la manera de confinar al hijo desobediente para que ya no pueda seguir causando daño a los demás. En el caso de Satanás, presuntamente esto es lo que está en marcha en estos momentos, la construcción del lugar adonde será confinado para que ya no haga daño a nadie nunca más excepto a él mismo y a sus propios seguidores. Es precisamente de lo que habla el último libro de la Biblia, el Libro del Apocalipsis de San Juan.