Si hemos de dar crédito a las Escrituras, pese a la vasta inteligencia y sabiduría con la cual se supone que fue creado el ángel Lucero, ese ángel Lucero hoy Satanás no es un dios. Si lo fuera, habría creado para sí mismo su propio Cielo, su propio universo, en el cual todo se estaría haciendo según su voluntad. No tendría por qué haberse rebelado ni tratar de apoderarse del paraíso celestial que ya existía. Habría creado su propio su propio paraíso, el paraíso del ángel Samael. Pero no parece tener ni siquiera el poder para materializarse en nuestro universo físico, lo cual le permitiría instalarse en un gran trono desde donde podría reinar y mandar directamente sobre sus súbditos recibiendo de todos ellos adoración y culto (lo mismo que ansiaba lograr y no pudo lograr en el universo espiritual). Esto significa que tampoco tiene el poder para matar directamente él mismo a ningún ser humano, si quiere hacer tal cosa lo tiene que hacer por otros medios tales como inducirlo a suicidarse o arreglar las cosas para que tome una mala decisión que lo predisponga a un evento fatal como tomar un vuelo de avión que está predestinado para venirse abajo o simplemente acudir al lugar equivocado a la hora equivocada en donde podrá ocurrirle una desgracia de la cual no saldrá con vida.
Pese a todo el enorme poder que se le atribuye a Satanás, pese a toda su sabiduría, pese a toda su astucia, pese a todo el apoyo que tiene a su disposición con la ayuda de tiempo completo de la tercera parte de todos los ángeles del cielo que arrastró con él en su caída, en los hechos se acepta que Satanás como ser espiritual sin un cuerpo físico tiene un poder mucho muy limitado, ya que no puede obligar a nadie a hacer nada en contra de su voluntad. En esto radica su mayor debilidad. Está limitado a actuar por la vía de la persuasión, metiéndole todo tipo de ideas a todos los humanos cada vez que puede, lo cual sin embargo resulta ser un arma extraordinariamente potente y efectiva ante seres débiles propensos a caer. Esto fue precisamente lo que hizo al tentar a los primeros padres en el jardín del Edén; no los podía obligar a que comieran el fruto del árbol prohibido, tenía que convencerlos, y si no podía convencerlos entonces no podía hacer nada más al respecto, tendría que haberse retirado derrotado. Los exégetas de la Biblia nos dicen que la mayor parte de todos los problemas que padece la humanidad, problemas que devienen en guerras, asesinatos, adulterios, traiciones, crímenes pasionales, dictaduras brutales, suicidios, terrorismo, odios, envidias, celos, iras irracionales, provienen de esas "ideas" malsanas que de repente le llegan a los hombres a la cabeza sin saber de dónde se originan esas ideas. De este modo, aún no siendo un dios, y estando limitado a actuar por la vía de la persuasión, por la vía de las insinuaciones, los dones que le fueron concedidos al momento de su creación colocándolo por encima de los demás ángeles ciertamente podrían hacerlo aparecer como un dios ante los ojos de cualquier hombre aún siendo invisible por ser un ente espiritual.
Aunque el poder de Satanás para poder actuar directamente dentro de nuestro universo físico moviendo montañas o levitando ciudades parece ser sumamente limitado, existe sin embargo, una forma en la cual desde el universo físico se le puede "abrir" un poco la puerta a los entes espirituales como Satanás y sus demonios que se presume que habitan en otro plano metafísico ampliándoles su rango de acción dentro de nuestro universo, ampliándoles su poder para actuar en nuestro mundo. Esa forma consiste en invocarlos y cederles voluntariamente la posesión de nuestros cuerpos físicos por un breve lapso de tiempo en nuestros intentos por comunicarnos con "el más allá". Aquí la palabra clave es voluntariamente. Si nosotros no damos específicamente nuestra autorización para esta entrada, ese ingreso no puede ocurrir cuando estamos conscientes. Puede ocurrir cuando estamos durmiendo, permitiendo a los demonios que ingresan dentro de nuestros sueños el poder darnos visiones de imágenes malsanas de tipo sexual. Esos demonios son conocidos como incubus y sucubus, pero esta forma de ingreso no les permite manifestarse ante otros a través de nosotros porque al estar dormidos soñando estamos totalmente inmóviles (en el estado conocido como REM o “Rapid Eye Movement” identificado técnicamente como la zona de ondas cerebrales Alfa), y al despertar la expulsión de los entes es automática e inmediata. Sin embargo, esto cambia cuando nosotros mismos “abrimos” la “puerta” intentando ingresar en un estado de trance en el cual de algún modo podrán ingresar esos entes incorpóreos dentro de nosotros. De esto es precisamente de lo que tratan los trances auto-inducidos en los ritos Haitianos del vudú y las sesiones espiritistas (conocidas en la lengua inglesa como séance), en las cuales alguien identificado como médium trata de producir en sí mismo un trance invitando a otros entes a que ingresen dentro de su cuerpo, generalmente espíritus de personas recién fallecidas que tienen alguna relación de parentesco con una o varias de las personas que toman parte en una sesión espiritista, entes con los cuales los familiares intentan establecer una comunicación:
Las invocaciones espiritistas no siempre funcionan y requieren de una buena cantidad de experimentación, pero cuando funcionan el médium parece perder por completo su propia personalidad, el tono de su voz se altera, y al hablar parece tener conocimientos que sólo podría tener la persona recién fallecida a la cual se está invocando.
El problema de invocar a entes de otro plano metafísico a que ingresen dentro de nuestros cuerpos ofreciéndoles voluntariamente la posesión así sea temporal de nuestros cuerpos es que no tenemos ni siquiera la más remota garantía de que el ente que ingrese sea realmente el espíritu de una persona fallecida o que sea otro tipo de ente, especialmente un ente maligno que simule ser la persona que estamos buscando, un ente dispuesto a engañarnos recurriendo a la mentira para llevar a cabo el engaño. Es enteramente posible que, valiéndose de un médium espiritista y de una “voz” del mundo invisible, un espíritu maligno imite la voz de un difunto y hable con los parientes y amigos que le han sobrevivido. De este modo, aunque la “voz” pretenda ser el fallecido, ¡en realidad es un demonio!
En las sesiones espiritistas genuinas (no aquellas llevadas a cabo por charlatanes que sólo buscan lucrar comercialmente con la tristeza de los deudos), la persona fallecida hablando a través de un médium parece tener mucha información que el mismo médium no podría tener, datos personales que le son íntimos a la persona, lo cual hace aumentar la creencia de los participantes de que están conversando con la persona fallecida. Ha habido estudiosos serios del fenómeno tales como el sacerdote jesuita Carlos María de Heredia, autor del libro Los fraudes espiritistas y los fenómenos metapsíquicos, y el cual se hizo famoso desenmascarando los fraudes incurridos por numerosos charlatanes que empleaban trucos de magia, y el cual dió fé de que las posesiones genuinas llevadas a cabo por la vía del trance de un médium, si se dan, deben ser un evento sumamente raro. Si el espíritu que se está manifestando a través del médium posee tantos datos íntimos y privados del fallecido, algo de lo cual pueden dar fé los parientes cercanos del fallecido, la primera conclusión sería: ¿quién otro podría ser sino el mismo fallecido? Pero he aquí en donde se puede incurrir en un grave error, porque además de la persona fallecida puede haber otro ente que tiene absolutamente toda la información acerca de la vida de esa persona (y al decir toda, estamos subrayando la palabra toda), y ese ente vendría siendo el demonio que le fue asignado por Satanás a esa persona desde antes de nacer, su "demonio personal" trabado en batalla continua con el ángel de la Guarda que también le es asignado a dicha persona.
Es relevante el hecho de que la Biblia, considerada como la palabra de Dios a través de sus profetas, prohibe el empleo de la adivinación, prohibe el consultar a un médium espiritista o a un “pronosticador de sucesos”, o el hacerle preguntas a los muertos. En el capítulo 18 del Libro del Deuteronomio (una palabra de origen griego que significa “segunda Ley”) podemos ver claramente las siguientes advertencias:
9 Cuando entres en la tierra que el Señor, tu Dios, te dará, no aprendas a practicar las abominaciones que cometen esas naciones.
10 Que no haya entre ustedes nadie que inmole en el fuego a su hijo o a su hija, ni practique la adivinación, la astrología, la magia o la hechicería.
11 Tampoco habrá ningún encantador, ni consultor de espectros o de espíritus, ni evocador de muertos.
12 Porque todo el que practica estas cosas es abominable al Señor, tu Dios, y por causa de estas abominaciones, él desposeerá a esos pueblos delante de ti.
13 Tú serás irreprochable en tu trato con el Señor, tu Dios.
14 Porque las naciones que vas a desposeer escuchan a los astrólogos y adivinos, pero a ti el Señor no te permite semejante cosa.
15 El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo hará surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a él a quien escucharán.
16 Esto es precisamente lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea, cuando dijiste: “No quiero seguir escuchando la voz del Señor, mi Dios, ni miraré más este gran fuego, porque de lo contrario moriré”.
17 Entonces el Señor me dijo: “Lo que acaban de decir está muy bien.
18 Por eso, suscitaré entre sus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le ordene.
19 Al que no escuche mis palabras, las que este profeta pronuncie en mi Nombre, yo mismo le pediré cuenta.
20 Y si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá”.
21 Tal vez te preguntes: “¿Cómo sabremos que tal palabra no la ha pronunciado el Señor?”.
22 Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple y queda sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra. El profeta ha hablado temerariamente: no le temas.
Las prácticas espiritistas, proscritas por la misma Biblia desde tiempos inmemoriales, fueron reintroducidas en nuestros tiempos por Allan Kardec (1804-1869) haciendo caso omiso a las advertencias dadas en la Biblia. No conforme con esto, Allan Kardec introdujo su propia “verdad” evangélica, buscando complementar con “espiritismo” los textos de las Escrituras:
Si un médium accede a darle entrada voluntariamente dentro de su cuerpo a un ser del más allá, al no haber forma posible de poder identificar al ente que ingresa dentro del cuerpo del médium como el espíritu de una persona fallecida o como un demonio al servicio de Satanás, se está a merced de los “consejos” que un impostor quiera dar desde el universo espiritual a quienes lo escuchan con el fin no de guiarnos sino de engañarnos. Esto explica las advertencias dadas en la Biblia en contra de este tipo de prácticas que algunos toman como un juego inocuo sin trascendencia ni consecuencias. Los predicadores del Evangelio enseñan que el mayor peligro del espiritismo es que sitúa a la persona bajo el influjo demoníaco, invitando por ello a resistir a la tentación de participar en estas prácticas no importando lo divertidas o emocionantes que parezcan, entre las cuales están también la adivinación con bolas de cristal y las tablas Ouija:
Independientemente de toda la falsa información que se pueda obtener a través de una sesión espiritista genuina, la primera fatalidad puede terminar siendo el mismo que se ofrece como médium, el mismo que dá su permiso pleno para que su cuerpo pueda ser habitado por un ente del “más allá”. Porque una vez que ingrese dicho ente en su cuerpo, no sabrá cómo quitárselo de encima cuando haya terminado la sesión espiritista, especialmente si resulta ser un ente maligno, el cual ya no lo querrá abandonar. Al respecto, el Reverendo Padre Gabriel Amorth, un reconocido exorcista de la diócesis de Roma, afirma que de acuerdo a su experiencia el espiritismo y el juego con las cosas ocultas es una de las principales causas de posesión diabólica. De este modo, una posesión temporal puede terminar convirtiéndose en una posesión de tiempo completo, atormentando noche y día al que dió su permiso y pleno consentimiento para que esa “transferencia” pudiera llevarse a cabo. Y al estar metido en este embrollo, el único que lo puede ayudar es un exorcista autorizado para ello, y la expulsión exitosa del ente es algo que ciertamente no está garantizado. Así, el andar experimentando con lo que le es desconocido le puede terminar costando al curioso inclusive su propia vida, no sólo aquí sino en el más allá.
No es de extrañar que la asistencia activa o pasiva a las sesiones espiritistas esté gravemente prohibida por la Iglesia Católica, la cual reprueba el recurso al espiritismo interrogando a los espíritus de los difuntos por medio de un intermediario (medium) en trance, porque es la pretensión de querer conocer lo que Dios conoce pero al margen del mismo Dios, habiendo sido éste el pecado de los primeros padres Adán y Eva al probar el fruto del árbol del conocimiento de la Ciencia del Bien y del Mal.
Si hemos de asimilar algo de todo esto es que, aunque lo más cómodo y fácil sea pretender echarle toda la culpa a Satanás de algo malo que uno haya hecho, con el clásico pretexto “el Diablo me hizo hacerlo”, ello no remueve el hecho de que es a fin de cuentas cada persona la que tiene en sus manos el libre albedrío, la libre voluntad, de hacer voluntariamente lo que hace, y debe asumir su parte de la culpa. Si una persona cae bajo el influjo de fuerzas ocultas e invisibles, es porque de antemano esa persona dió su autorización para ello. Las mismas leyes humanas en todos los países alrededor del mundo no le admiten a un inculpado el pretexto “el Diablo me hizo hacerlo” como defensa jurídica para tratar de evadir su castigo después de haber cometido un crimen. Satanás le podrá sugerir a cada quien las mil y un maneras diferentes de hacer algo “prohibido”, pero es potestad de cada quien dejarse llevar por la seducción de la opción que se le presenta o de decir simplemente: ¡No! Y si una persona, usando su libre albedrío, dice ¡No! a todas las opciones y alternativas que se le puedan presentar en su mente presentadas ya sea por Satanás mismo o por cualquiera de sus incontables ayudantes disponibles en sus legiones, entonces no podrá ocurrir absolutamente nada, porque Satanás y todos los demonios a su disposición juntos no pueden hacer nada en contra del poder de libre albedrío de un solo hombre que se rehusa a hacerle caso a esas “ideas” que de repente le llegan a la cabeza y las cuales no sabe de dónde vinieron.
Además de la posibilidad de “abrirle” una puerta de entrada en este mundo a Satanás y a sus demonios con prácticas tales como el espiritismo, aunque Satanás y sus ángeles siendo seres espirituales viviendo en un plano espiritual estén maniatados en lo que puedan hacer con seres humanos que viven en otro plano muy diferente situados en un universo material dentro de cuerpos formados por átomos y moléculas, la situación ciertamente también puede cambiar de modo dramático a la muerte de una persona cuando su espíritu (alma, elán vital, etc.) abandona su cuerpo inerte incorporándose por completo al plano espiritual. A partir de ese momento, la esencia misma de la persona, lo que las grandes religiones del mundo sostienen que sobrevive más allá de la muerte, quedaría completamente a merced de lo que haya “del otro lado”. Y si el alma de la persona no es recogida (salvada) por alguien con quien tenga buenas relaciones en “el otro lado”, lo más probable es que terminará cayendo en manos de Satanás y sus ángeles, y terminará pasándola mal de ser cierto que Satanás siempre ha detestado al hombre en grado extremo. Y terminará pasándola muy mal por largo tiempo. Una eternidad, para ser precisos. Sin esperanza alguna de salir del bache. En otras palabras, aunque Satanás tenga un poder muy limitado sobre los seres humanos aquí, en la Tierra, en el universo físico, en donde todo está formado por átomos y moléculas, este mismo poder se vuelve prácticamente ilimitado allá, del otro lado, después de la muerte, cuando ya es muy tarde para que el que acaba de morir le sirva de algo arrepentirse por lo que haya hecho en vida en el plano físico material.