jueves, 24 de julio de 2008

14: ¿Una Barrera Infranqueable?



Bajo ciertas condiciones, eventos que a nuestra intuición se antojan imposibles pueden llegar a ocurrir. Es así como una partícula que tiene cierta cantidad de energía que clásicamente no es suficiente para permitirle a la partícula atravesar una barrera de potencial situada a un nivel de energía mayor que el que posee la partícula de cualquier modo bajo las leyes de la mecánica cuántica puede efectuar una travesía a través de dicha barrera. Este efecto se conoce como el efecto túnel.

Clásicamente, es imposible que un camello pase por el ojo de una aguja, la probabilidad matemática de tal evento es cero; pero desde la perspectiva de la física cuántica, si ese camello “golpea” repetidamente hacia el ojal de la aguja y la aguja no se va desgastando con el golpeteo, la probabilidad aunque resulta ser astronómicamente baja no es cero. Esto es precisamente lo que explica el fenómeno de la radioactividad natural. Y en principio, dos regiones situadas en puntos muy distantes del universo pueden estar conectadas a través de un agujero de gusano (conocido como wormhole) permitiendo el traslado de una región a otra en un tiempo mucho menor a lo que permitiría la limitante impuesta por el tope máximo de la velocidad de la luz; esto lo permiten las ecuaciones de la relatividad general de Einstein.

¿Habrá del mismo modo alguna manera en la cual se puedan interconectar nuestro universo físico y el universo espiritual cuya existencia las religiones dán por hecho, así sea a través de una apertura pequeña? Hasta el día de hoy esta pregunta es una pregunta enteramente hipotética, porque ni siquiera contamos con instrumentos de medición que nos permitan confirmar la existencia de otro plano existencial diferente al nuestro. Pero si tal universo espiritual existe y está habitado por seres pensantes, entonces ese universo seguirá allí aunque pretendamos negarlo, del mismo modo que nosotros seguiremos existiendo aunque los habitantes de algún otro planeta habitable en algún confín de nuestro universo crean que están solos en el universo y crean ser los únicos que lo habitan. Y si existe otro universo de naturaleza espiritual paralelo al nuestro, siempre hay la posibilidad de que la barrera (si es que se le puede llamar barrera) que separa ambos universos no sea tan sólida como siempre lo hemos supuesto. Por lo menos hasta el día de hoy ha sido lo suficientemente sólida como para dejar plenamente convencidos a los ateos y a los agnósticos de que ese otro universo espiritual no existe, de que ese otro universo no es más que un producto de nuestra imaginación, de nuestras fantasías, y de nuestros temores y miedos, sobre todo producto de la renuencia en muchos en aceptar a la muerte como un proceso natural en el que todo termine para nosotros. Pero si la barrera que separa a nuestro universo físico de ese otro universo “espiritual” situado más allá de nuestros sentidos se llegara a debilitar por alguna razón, las consecuencias serían mucho más dramáticas y trascendentales que el estallido de una supernova o la colisión de dos galaxias.

Un libre paso a través de tal entrada facilitaría el paso no sólo de los ángeles que habitan en el universo espiritual hacia nuestro universo físico, sino también el paso de los demonios e inclusive del mismo Satanás. La batalla que se ha estado librando y que las religiones nos dicen que se sigue librando en otra esfera existencial se podría trasladar directamente hacia nuestra realidad objetiva. El debilitamiento e inclusive el rompimiento de dicha barrera aunque sea a través de un pequeño boquete podría dar inicio a la época más desagradable de todas desde que este universo físico en el que vivimos hizo su aparición hace unos 13 billones de años. Sería la peor manera posible de todas de abrirle los ojos al incrédulo y de convencer al ateo en la existencia de aquél otro universo espiritual. Porque sería la manera en la cual todos los acontecimientos predichos en el Libro del Apocalipsis se podrían hacer realidad (la primera película de la obra de ficción Hellboy trata precisamente acerca de esta posibilidad). Para colmo, y por lo que sabemos a través de las Escrituras, los seres que habitan en ese otro plano existencial saben prácticamente todo acerca de nosotros, pero nosotros no sabemos absolutamente nada acerca de ellos excepto lo que se nos ha revelado a través de los profetas, lo cual no es mucho. De este modo, ellos tienen toda la ventaja sobre nosotros; estaríamos a su merced, al igual que una pulga en manos de un gigante.

De acuerdo con las Escrituras, el único que ha atravesado totalmente esa barrera es Jesús, proclamado por el Catolicismo como el Hijo de Dios, y para ello se encarnó de una humana, de María, naciendo como hombre, no haciéndolo directamente. Si realmente existe un universo espiritual, la barrera que nos separa a nosotros de dicho universo debe ser bastante sólida. ¿Pero qué sucedería si esa barrera se llegara a debilitar en un momento dado permitiendo un libre paso entre ambos universos, el universo físico y el universo espiritual? Si las leyes que operan en nuestro universo físico son diferentes de la forma en la que opera un universo espiritual, tal vez sea imposible conectar ambos universos directamente a través de un portal. Pero tal vez sea posible conectarlas a través de lo que podríamos llamar una “zona intermedia”, una “zona de penumbra”. Esta posibilidad es lo suficientemente aterradora y estremecedora como para que nos plazca seguirla explorando más a fondo, y tal vez sea preferible no seguir pensando en este tema. Si esa barrera está allí, es por algo. Y los creyentes ciertamente desearán que siga así; al igual que los no-creyentes, porque no habría peor manera de despertar hacia esa otra realidad alterna que el debilitamiento así sea por corto tiempo de dicha barrera. Desafortunadamente, si esa barrera se llega a abrir algún día, posiblemente será un suceso completamente fuera de nuestro control, al igual que muchos otros sucesos que han ido ocurriendo a lo largo de la historia del hombre sobre los cuales hemos sido meros peones a merced de fuerzas que están fuera de nuestro control.

De cualquier manera, la muralla que separa nuestro universo físico del “más allá”, aunque parezca totalmente impenetrable, no lo es. Si lo fuera, no habría manera posible en la cual seres “del otro lado” como Satanás y sus demonios pudieran tratar de influír en el curso de los acontecimientos humanos. Si lo fuera, no habría casos de posesiones demoníacas ni sería necesaria la ayuda de exorcistas para expulsar demonios.

Una pista sobre cómo seres del universo espiritual pueden lograr cierta forma de comunicación con nosotros los humanos la tenemos en las visiones atribuídas a los profetas del Antiguo Testamento y a los santos de la Iglesia Católica así como a las apariciones reportadas de seres del “más allá”. En las apariciones de la Virgen de Lourdes en Francia la única persona que veía a la Virgen era una niña de 12 años llamada Bernadette, y nadie más. Cuando ella tenía sus visiones, sólo ella podía “veía” la imagen de la Virgen, aunque hubiera docenas o cientos de personas alrededor de ella. Sólo ella podía conversar con la Virgen. Esto pudiera despertar sospechas entre los escépticos de que se tratara de un montaje o de que Bernadette padeciera algún trastorno mental como la esquizofrenia, la cual hace “ver” a los que padecen este mal cosas que no están allí (este mal puede aquejar a cualquier persona sin importar su calibre intelectual, como lo es el caso del ganador del Premio Nóbel John Forbes Nash, popularizado en la película Una Mente Brillante). Pero en otra aparición de la Virgen, en Fátima, en Portugal, la imagen de la Virgen se le presenta al mismo tiempo a tres niños pastores. Aunque los tres niños hayan padecido algún tipo de esquizofrenia que terminó curándose sola, es imposible que los tres hayan tenido exactamente las mismas visiones como producto de una esquizofrenia común a los tres; esto simple y sencillamente no ocurre ni puede ocurrir empezando por el hecho de que la esquizofrenia no es una enfermedad contagiosa. Pero al igual que en el caso de la Virgen de Lourdes, nadie más podía ver estas imágenes excepto los tres niños. Obviamente, tanto Bernadette como los pastorcitos de Fátima no veían a la Virgen con los ojos físicos que usamos todos los días sino con un ojo que podríamos llamar el ojo de la mente, un ojo interior a cada uno de nosotros, el mismo ojo con el cual “vemos” las imágenes en nuestros sueños cuando estamos dormidos. En México, en las apariciones de la Virgen del Tepeyac, aunque Juan Diego se encontraba solo cuando tuvo sus visiones, es probable que aunque hubiera estado acompañado por mucha gente él habría sido el único en reportar tales visiones. De cualquier modo, en el caso de las apariciones de la Virgen de Fátima, está documentado un milagro conocido como el milagro del sol, ocurrido el 13 de octubre de 1917, en el cual 70 mil personas estupefactas entre las cuales se encontraban ateos y libre-pensadores que dieron fé y testimonio del milagro contemplaron al sol ejecutar una especie de danza al mediodía, siendo uno de ellos el periodista Avelino de Almeida del diario liberal y anticlerical O seculo quien estuvo repitiendo reiteradamente en su relato: “yo lo he visto... yo lo he visto”:






Aunque nuestro primer impulso sea intentar clasificar este milagro como el resultado de una histeria colectiva en la que mucha gente vió justamente lo que quería ver o lo que creía que iba a ver, los incrédulos (ateos, agnósticos, escépticos, materialistas y libre pensadores) que estuvieron presentes ese día en Fátima no tenían razón para sucumbir todos juntos ante lo que debe haber sido uno de los sucesos más extraordinarios en la historia de la Cristiandad, un suceso descrito de la misma manera por los testigos presenciales allí reunidos. Además del periodista Avelino de Almeida, otro de los testigos oculares del hecho lo fue el Doctor José Maria de Almeida Garrett quien ha dejado documentado su testimonio para la posteridad.

No es posible que tanta gente, tanto creyentes como escépticos, se haya puesto de común acuerdo ese día en la elaboración de una mentira de la cual no tenían absolutamente nada que ganar.

De este modo, cuando presuntamente se establece una comunicación visual con el universo espiritual, ésta se debe llevar a cabo a través de lo que frecuentemente se conoce como el ojo de la mente. La comunicación también puede ser auditiva y no solamente visual, como lo indican las conversaciones que los niños pastores sostuvieron con la Virgen en sus apariciones. Sin embargo, este tipo de eventos es sumamente esporádico, al menos los que tienen relevancia pública. El caso más célebre ocurrido en los orígenes de la Iglesia Católica tuvo lugar cuando el mismo Jesús, después de su crucifixión, resurrección y ascensión al Cielo, se le apareció a Saulo, un fariseo rigorista persecutor de cristianos, en su camino a Damasco. Este incidente está documentado en el capítulo 22 del libro Hechos de los Apostoles en el que leemos los siguientes versículos:

1 “Hermanos y padres, escuchad la defensa que ahora hago ante vosotros.”

2 Al oír que les hablaba en lengua hebrea guardaron más profundo silencio. Y dijo:

3 “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy.

4 Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres,

5 como puede atestiguármelo el Sumo Sacerdote y todo el Consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados.

6 “Pero yendo de camino, estando ya cerca de Damasco, hacia el mediodía, me envolvió de repente una gran luz venida del cielo;

7 caí al suelo y oí una voz que me decía: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”

8 Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y él a mí: “Yo soy Jesús Nazoreo, a quien tú persigues.”

9 Los que estaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba.

10 Yo dije: “¿Qué he de hacer, Señor?” Y el Señor me respondió: “Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá todo lo que está establecido que hagas.”

11 Como yo no veía, a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por mis compañeros llegué a Damasco.

12 “Un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí,

13 vino a verme, y presentándose ante mí me dijo: “Saúl, hermano, recobra la vista.” Y en aquel momento le pude ver.

14 El me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios,

15 pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.

16 Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre.”

La conversión de Saulo, bautizado como San Pablo, es uno de los mayores acontecimientos del siglo apostólico, y así lo proclama la Iglesia Católica al dedicar un día del ciclo litúrgico a la conmemoración de tan singular efemérides. San Jerónimo lo comentaba así: “El mundo no verá jamás otro hombre de la talla de San Pablo”. Saulo, nacido en Tarso, hebreo fariseo bien formado a los pies de Gamaliel (un rabino fariseo reconocido Doctor de la Ley y prominente miembro del Sanedrín), muy apasionado, ya había tomado parte en la lapidación del diácono Esteban, guardando los vestidos de los verdugos "para tirar piedras con las manos de todos", como interpreta agudamente San Agustín. De espíritu violento, se adiestraba como buen cazador para cazar a su presa, y perseguía con ardor indomable a los discípulos de Jesús. Pero Saulo cree perseguir, y al final es él el perseguido. Thompson, en El mastín del cielo, nos presenta a Dios como infatigable cazador de almas, y cazará a Saulo. Como lo relata el mismo Saulo, mientras iba a Damasco en persecución de los discípulos de Jesús, una voz le envolvió, cayó en tierra y oyó la voz de Jesús: “Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?” a lo cual Saulo preguntó: “¿Quién eres tú, Señor?” y Jesús le respondió: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”. Pocas veces un diálogo tan breve ha transformado tanto la vida de una persona. Cuando Saulo se levantó estaba ciego, pero en su alma brillaba ya la luz de Cristo. "El vaso de ignominia se había convertido en vaso de elección", el perseguidor en apóstol, el Apóstol por antonomasia. A partir de la visión que tuvo, el camino de Damasco y la caída del caballo quedan como símbolo de toda conversión. Quizá nunca un suceso humano tuvo resultados tan fulgurantes. Quedaba el hombre con sus arrebatos, impetuoso y rápido, pero sus ideales estaban en el polo opuesto al de antes de su conversión. San Pablo será ahora como un fariseo al revés. Antes, sólo la Ley. En adelante únicamente Cristo será el centro de su vida. La caída del caballo representa para Pablo un auténtico punto sin retorno. “Todo lo que para mí era ganancia, lo tengo por pérdida comparado con Cristo. Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo. Sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, corro hacia la meta, hacia el galardón de Dios, en Cristo Jesús”. Pablo es llamado “el Primero después del único”.

Esto último es sumamente reconfortante. No solamente Satanás y sus demonios pueden manifestarse a través de la barrera que separa nuestro universo físico del universo espiritual. También lo pueden hacer todos los seres que están del lado del Creador. De este modo, el hombre no sólo puede ser tentado y llevado a su perdición. También puede ser redimido y puede ser salvado. Pero esto requerirá que el hombre a ser salvado esté dispuesto a ello. Porque, en última instancia, no es posible salvar a alguien que de inicio no tiene interés alguno en ser rescatado. A nadie se le puede obligar a entrar al Cielo en contra de su voluntad; esa es su capacidad de elección, ese es el privilegio de su decisión, una decisión personal de cada quien que el mismo Creador respeta por mucho que sea el dolor que le cause la caída de cada hombre en manos de su adversario.