jueves, 24 de julio de 2008

5: Satanás Provoca la Caída del Hombre


De acuerdo con varias interpretaciones dadas por los teólogos de la Iglesia Católica, uno de los motivos (o quizá el principal motivo) que condujo a la caída de Satanás fue precisamente la creación del hombre pensante, del hombre creador, el Homo Sapiens, simbolizada con la creación de Adán y Eva, lo cual podemos tomar literalmente aunque muy posiblemente deba tomarse simbólicamente.

Desde la perspectiva de Satanás, un ser espiritual puro, el hombre Adán ciertamente habrá adolecido de varios “defectos”, el principal de ellos siendo el no ser un ente espiritual puro, confinado a vivir en un universo físico formado por átomos y moléculas. Pero muy posiblemente, en el fondo, hervía en el ángel favorito de Dios un enorme celo de rencor y envidia en contra del hombre por el hecho de que el hombre, a diferencia de los ángeles, desde el momento en que fue creado era capaz de evolucionar, era capaz de irse perfeccionando con el paso del tiempo, algo negado a los ángeles en su naturaleza propia. Ciertamente, aún hasta los no-creyentes materialistas no niegan la capacidad inherente del hombre para evolucionar. Allí están las invenciones del hombre tales como las computadoras, Internet, la televisión a colores, la robótica, las exploraciones espaciales, el desciframiento del código genético ADN, los avances intelectuales espectaculares en áreas científicas tales como las matemáticas y la química, como prueba de la capacidad del hombre para ir evolucionando, ir descubriendo y llevar a cabo la modificación de su entorno con las herramientas que la Creación le ha proporcionado.

Esta envidia hacia el hombre, sumada al deseo de Samael de hacer las cosas “a su manera” apropiándose del plano espiritual para erigirse a sí mismo en una especie de dios, eventualmente conduciría a Samael a su caída. Y una vez echado del dominio del cual quería apoderarse, el amor infinito que sentía hacia su creador se convirtió en odio infinito, y aunque echado de aquella región del universo espiritual identificada como el paraíso celestial, lejos de darse por vencido decide montar una lucha permanente sin tregua alguna en contra de Dios, una lucha para la cual tendrá la colaboración de la tercera parte de todos los ángeles del Cielo que ha arrastrado consigo en su caída. En este punto, el ángel favorito de Dios deja de ser Lucero para convertirse en Satanás.

Una vez echado del paraíso celestial, Satanás no pierde momento alguno para tratar de provocar la caída del hombre. El relato de Adán y Eva puesto en el primer libro del Antiguo Testamento puede ser interpretado literalmente, o puede ser interpretado en forma simbólica, como algo mucho más amplio que el simple hecho de incurrir en un acto de desobediencia por comer un fruto prohibido. En el segundo capítulo del libro del Génesis del Antiguo Testamento, tenemos lo siguiente:

15 El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara.

16 Y le dió esta orden: “Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín,

17 exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte”.

El árbol al que hace referencia este texto no es un árbol cualquiera. No es un árbol que dé un fruto como la manzana o el durazno, por más que se diga que Eva dió de comer a Adán una manzana. Posiblemente ni siquiera se trate de un árbol. En el libro del Génesis se le llama el árbol del conocimiento del bien y del mal. Y la advertencia está dada al hombre de que si llega a consumir del árbol del conocimiento del bien y del mal, se romperá un equilibrio, ruptura que lo conducirá hacia su propia muerte. De cualquier modo, esta advertencia es desoída como podemos verlo en el tercer capítulo del Libro del Génesis:

1 La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: “¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?”.

2 La mujer le respondió: “Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín.

3 Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ‘No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte’ ”.

4 La serpiente dijo a la mujer: "No, no morirán.

5 Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”.

6 Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió.

7 Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera.

8 Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín.

9 Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?”.

10 “Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí”.

11 Él replicó: “¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?”.

12 El hombre respondió: “La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él”.

13 El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Cómo hiciste semejante cosa?”. La mujer respondió: “La serpiente me sedujo y comí”.

14 Y el Señor Dios dijo a la serpiente:
"Por haber hecho esto maldita seas entre todos los animales domésticos
y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre,
y comerás polvo todos los días de tu vida”.

Pocos estudiosos de la Biblia ponen en tela de duda que una de las primeras fatalidades que ocurren al consumir Adán y Eva el "fruto del árbol prohibido" es la pérdida del estado de inocencia con el que habían sido creados. Se presume que este estado de inocencia es un estado equiparable al que podemos ver en los niños pequeños cuando apenas empiezan a hablar. Hay quienes con toda razón cuestionan que el castigo divino aplicado a Adán y Eva es injusto por el hecho de que, privados como estaban de la capacidad de diferenciación entre el Bien y el Mal, no sabían lo que estaban haciendo, y por lo tanto es injusto que se aplique un castigo a alguien que no tiene plena consciencia de lo que está haciendo. Puesto de otra manera, por no estar los primeros padres (y de nueva cuenta se repite aquí que esto posiblemente hay que tomarlo de una manera simbólica) conscientes de las terribles consecuencias de la adquisición del conocimiento de la Ciencia del Bien y del Mal, no son culpables de transgresión alguna y por lo tanto no son merecedores de ningún tipo de castigo; sólo quienes están plenamente conscientes de las consecuencias de sus actos son reprochables si pese a tal conocimiento insisten de cualquier manera en transistar por un sendero que se les ha prohibido transitar. Este argumento es muy parecido a la situación que ocurre cuando unos padres de familia han estado advirtiéndole en repetidas ocasiones a un hijo suyo el no consumir drogas tales como la heroína y la cocaína, y el cual pese a tales advertencias decide por curiosidad o por rebeldía empezar a probar este tipo de drogas convirtiéndose en un drogadicto. Se sobreentiende que si cualquier joven drogadicto hubiera estado plenamente consciente de las terribles consecuencias de iniciarse en el consumo de drogas, jamás habría incurrido en tal acto de desobediencia hacia sus padres, habría rechazado rotundamente todas las oportunidades que se le hubieran presentado para iniciarse en el mundo de las drogas. Desafortunadamente, la única forma en la cual un joven puede adquirir plena consciencia de las consecuencias de iniciarse en el mundo de la drogadicción es convirtiéndose en un drogadicto, y una vez adquirido el hábito es ya demasiado tarde para que todas las advertencias que le estuvieron dando sus padres puedan ser de utilidad alguna. En base a esta analogía, cuando Dios advierte al hombre de que no deberá probar del árbol del conocimiento del bien y del mal porque el día que lo haga quedará sujeto a la muerte, Dios no aplica sobre el hombre muerte alguna, es el hombre el que se ha aplicado su propia muerte por su propia mano, al igual que el drogadicto que ha ingresado en su propio infierno por su propia decisión. Aquí Dios no aplica ningún castigo, puesto que es la misma transgresión la que conlleva el castigo, o mejor dicho, la consecuencia.

Al tomar el fruto del árbol prohibido, nace en los primeros padres su yo malo interior, se incuba en ellos su Mister Hyde. De aquí en adelante, el ser naturalmente bueno ya de por sí no será posible para el hombre, tendrá que luchar día tras día para contener esos impulsos destructivos que pueden brotar en él en cualquier instante bajo la más mínima provocación, impulsos que llevarán a Caín a matar a su hermano Abel movido por la envidia. Pero hay razones de sobra para suponer que al incurrir el hombre en su acto de desobediencia en contra del Creador consumiendo el fruto del árbol prohibido, la pérdida de su inocencia es tan sólo la primera de muchas fatalidades. Al consumir Adán (o lo que representa Adán) el fruto prohibido, el destino que el Creador tenía reservado para el Homo Sapiens queda deshecho. El equilibrio natural de las cosas queda alterado de modo radicalmente diferente a lo que se tenía planeado en un principio. Después de la rebelión llevada a cabo por el ángel Samael que terminó convertido en Satanás, después de haber perdido a la tercera parte de todos los ángeles del Cielo, este golpe dado por Satanás en contra del Creador usando al hombre Adán como vehículo para su venganza debe haber sido una de las mayores desilusiones en el plan de la Creación.

No está claro si la muerte a que se refiere el texto del Génesis es una muerte corporal, literalmente hablando, o si es otro tipo de muerte ocasionada por el conocimiento del bien y del mal. Posiblemente la adquisición de este conocimiento llega a un costo sumamente elevado con el cual el hombre queda impedido para evolucionar no tanto intelectualmente sino espiritualmente logrando otro tipo de inmortalidad. Todo lo que se diga aquí es y seguirá siendo motivo de especulación dada la vaguedad de los simbolismos usados.

Al romperse el equilibrio que había y esfumarse el estado original de inocencia, la relación cordial de pareja entre hombre y mujer que debería ser fuente de felicidad para ambos termina convertida en una fuente potencial de desaveniencias y pleitos conyugales capaz de fracturar una relación sentimental a grado tal que quienes antes se amaban podrán terminar odiándose, separándose, e inclusive matándose, como ocurre hoy en nuestros días con las altas incidencias estadísticas de divorcios y crímenes pasionales, y la lucha entre hombre y mujer para mantenerse unidos podrá terminar convertida en una batalla sin fin en la que ambos pueden terminar amargándose y amargando a sus descendientes. Al romperse el equilibrio, el hombre posiblemente pierde también defensas naturales con las que posiblemente contaba para no enfermar jamás (la palabra sanación psíquica se viene a la mente) y quedará propenso a sucumbir a todo tipo de aflicciones a lo largo de su vida. Peor aún, si el hombre creado por Dios contaba con algún mecanismo natural para retrasar su envejecimiento o inclusive detener por completo su deterioro celular al llegar a cierta edad, una especie de “fuente de eterna juventud” (la ciencia médica ha descubierto recientemente que la pérdida gradual de ciertos segmentos de ADN conocidos como los telómeros que se encuentran presentes en todas las células del cuerpo es la causante directa de nuestro envejecimiento irreversible, a grado tal que si fuese posible encontrar una forma de detener la pérdida gradual de los telómeros en las células sería en principio posible el frenar el proceso de envejecimiento), ese mecanismo natural con el cual el hombre podría haber aspirado a una especie de inmortalidad también se pierde. Desde la perspectiva de un científico, el deterioro de Adán y Eva sería el equivalente de ser poseedores de un ADN perfecto, libre de fallas, a un ADN corrompido. Y no es únicamente el hombre el que sale perjudicado, la obra entera de la Creación en el planeta Tierra entra en un desequilibrio inmediato. De este modo, las consecuencias de no haber confiado ciegamente en las advertencias dadas por el Creador resultan calamitosas en el pleno sentido de la palabra. Y la reparación del daño no será cosa fácil. En el Cristianismo, la reparación del daño requerirá que el mismo Dios se haga hombre a través de su hijo exponiéndose a los mismos riesgos, peligros y tentaciones enfrentadas por el hombre, inclusive la misma muerte por la cual deberá atravesar. Y requerirá su aceptación a ser clavado en la cruz por el mismo hombre al que quiere salvar de la obra y el poder de Satanás. Sin embargo, y a la postre, varios exégetas están convencidos de que aquellos que logren una reconciliación plena con su Creador posiblemente experimentarán una metamofosis con la cual quedarán convertidos en ángeles-hombres, pero en ángeles-hombres que por haber padecido y por haber sufrido en su paso por la Tierra serán superiores en muchas formas a los ángeles del Cielo, gracias a la experiencia terriblemente adquirida. Esta superioridad en potencia, esta capacidad para poder evolucionar de varias maneras, es presuntamente uno de los factores que motivó la envidia del ángel Samael o Lucero, predisponiéndolo a su caída, incapaz de tolerar la idea de poder ser reemplazado por otro ser al que se le han dado capacidades que el mismo Satanás jamás podrá poseer. Inclusive es posible que, de haber tenido opción de escoger, Satanás habría preferido mil veces haber sido creado como hombre que haber sido creado como ángel, opción que no le fue dada y ante la cual no le quedó más remedio que aceptarla o rebelarse.

La referencia a la serpiente como el más astuto de los animales del campo que Dios había hecho es interpretada generalmente hoy en día como una referencia al mismo Satanás, aunque no se le mencione de nombre, siendo su astucia una astucia derivada de la sabiduría que Satanás ya poseía al ser expulsado del paraíso celestial. Pero si su rebelión en contra de Dios fue motivo para que fuese echado del paraíso celestial, el provocar en el hombre su caída sólo logró emperorarle aún más su situación. Podemos interpretar el castigo que se le dá a la serpiente (Satanás) literalmente imaginándonos a Satanás convertido en una serpiente arrastrándose todo el tiempo sobre su vientre, lo cual se antoja difícil dada su condición como ser espiritual viviendo en un universo espiritual. Pero podemos interpretar esto también simbólicamente como una acción decisiva en la cual el Creador le hace saber a Satanás que cualquier esperanza que pudiera haber alentado, así fuese remota, de lograr algún día congraciarse con su Creador, está perdida, porque claramente se le dice “comerás polvo todos los días de tu vida”, que en el caso de un ser espiritual equivale a una eternidad. Para Satanás, esto es el equivalente a una sentencia de muerte perpetua sin morir jamás, un castigo que se antoja justo para un ente que con su astucia e inteligencia ha provocado el truncamiento de una de las obras cumbres de la Creación. En efecto, Satanás ha sido echado definitivamente al Infierno que él mismo se creó. No habrá ya redención posible para él, ni ahora ni nunca.

Al haber sido expulsado del jardín del Edén, el hombre ya estaba contaminado, ya estaba corrupto. Haberle permitido quedarse en el jardín del Edén sólo le habría dado ocasión para terminar contaminando todo lo que había en el Edén que para él había sido creado, para empezar a hacer trizas todo lo que había en él como hoy lo está haciendo con el planeta Tierra. No tenía sentido seguirlo premiando y consintiendo dejándolo quedarse en el Edén pese a su desobediencia original y pese a su corrupción recién adquirida.

Con todo, ésta caída del hombre no es más que el primer paso en los planes de Satanás. Perdido el estado de inocencia natural, el hombre se vuelve mucho más vulnerable a las tentaciones terrenas. Ese estado de inocencia natural era su mejor escudo, su mejor protección, en contra de las acechanzas de un enemigo invisible. Perdido ese escudo, se vuelve mucho más fácil para Satanás tratar de hacer caer a toda la descendencia del hombre. Lo que ocurrido en el jardín del Edén no es más que el primer paso requerido para poder lograr el resto.