Se menciona repetidamente que, según las Escrituras, a Satanás se le unieron en su rebelión la tercera parte de los ángeles del Cielo, los cuales fueron expulsados junto con él:
y terminaron convirtiéndose en demonios. ¿Y de dónde salió este dato?
La referencia alusiva a este dato la podemos encontrar en el capítulo doce del Libro del Apocalipsis de San Juan:
3 Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas.
4 Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz.
5 La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono.
6 Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días.
7 Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron,
8 pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos.
9 Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él.
Es de sobre sabido por quienes se han tomado el tiempo para leer el último libro de la Biblia, el libro del Apocalipsis (palabra que proviene del griego apokaliptein que significa revelación, cuyo sentido principal es descorrer el velo del misterio) está cargado de simbolismos. Es un libro simbólico, misterioso, a pesar de que su nombre signifique revelación, cargado de muchos velos y misterios, dejándonos con mucho más preguntas que respuestas. Sin embargo, y al menos en esto, el libro del Apocalipsis es directo y sumamente claro: al referirse al gran Dragón rojo que en el versículo nueve San Juan identifica como Satanás, detalla claramente que la cola del dragón arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo precipitándolas sobre la tierra. Esto es una metáfora, porque estas estrellas del cielo son los ángeles que se le unieron a él en su rebelión. El texto dice claramente que el Arcángel Miguel y sus ángeles combatieron con el dragón tras lo cual fue arrojado "a la tierra" junto con sus ángeles:
los cuales en su caída terminan convirtiéndose a sí mismos en demonios, al igual que aquél que nunca antes en su vida ha matado a otro ser humano y el cual, después de cometer su primer asesinato, considera el asesinato como algo natural, habiendo perdido para siempre el horror que tal acto antes le pudiera haber causado, convirtiéndose todos los asesinatos sucesivos que cometa en algo que ya no le produce remordimiento alguno. Es muy fácil caer, pero mucho más difícil resulta redimirse, sobre todo tratándose de un ángel que ha pasado a ser un demonio.
Como no se dan números específicos, no es posible discernir del texto si la tercera parte de los ángeles del Cielo que Satanás arrastró consigo en su caída era un número muy grande aunque finito de ángeles, o si estamos hablando de una cantidad infinitamente grande de ángeles superada tan sólo por otra cantidad dos veces infinitamente mayor. De cualquier modo, si la alegoría referente a la tercera parte de las estrellas del Cielo es correcta, debe haber sido una cantidad extraordinariamente grande de ángeles, porque el cielo en nuestro universo físico contiene una cantidad enorme de estrellas visibles, y esta batalla llevada a cabo en el universo espiritual debe haber sido una batalla dura y terrible en la cual, aunque no haya habido muertos en el sentido clásico de la palabra (considerándose al ente espiritual como un ente inmortal precisamente por ser de naturaleza espiritual), ciertamente hubo una cantidad enorme de fatalidades si consideramos el proceso de conversión de un ángel a demonio como lo más cercano que pueda haber a la definición de una "muerte espiritual".
Una cosa que no queda clara y en la cual ni las tradiciones orales judías ni la Biblia son suficientemente claras es qué exactamente les pudo haber ofrecido Satanás a los demás ángeles que no tuvieran ya para convencer a muchos de unírsele a él. Puesto que quería instalarse a sí mismo como cabeza de un paraíso celestial que ni siquiera había creado, pidiéndoles que dejaran de adorar a Dios para adorarlo a él, esto era ya pedir demasiado. Para lograr convencer a la tercera parte de los ángeles del Cielo de pasarse de su lado, sus argumentos han de haber sido muy convincentes. No siendo Dios ni siendo el creador del paraíso celestial, sus argumentos han de haber sido convincentes pero no tan convincentes como para lograr que todos los ángeles del Cielo se le unieran. Una posible respuesta a esta interrogante radica en el hecho de que, temporalmente hablando, la creación de los ángeles predata a otra creación que debería ser en varios respectos superior a los mismos ángeles: el hombre. Moviendo a los demás ángeles recurriendo a la envidia e incitándoles un temor de que eventualmente pudiesen ser desplazados por esa creación nueva que iba a tener facultades y capacidades que los ángeles existentes incluyendo el mismo Satanás no tenían, esto podría haber sido un argumento central para unirlos en rebelión abierta con el fin de garantizarse a sí mismos una posición permanente de superioridad. Con Satanás como líder, naturalmente. De haber utilizado un argumento así, o cualquier otro argumento similar, entonces ya desde antes de su caída Satanás estaba haciendo uso de su astucia proverbial para tratar de lograr sus objetivos. De un modo u otro, los primeros en ser tentados por Satanás no fueron los primeros padres; sino que fueron los mismos ángeles del Cielo, de los cuales terminó llevándose una tercera parte consigo.
Si Satanás hubiera caído solo, sin arrastrar a nadie más en su caída, eso habría hecho su rebelión algo extremadamente duro de digerir; porque habría quedado completamente solo al igual que un náufrago o un paria. Pero al llevarse a tantos ángeles consigo, en cierta forma logró sus intenciones de "gobernar", aunque no en la forma como él hubiera querido. Esta actitud está retratada fielmente en la obra de John Milton "El Paraíso Perdido", cuando Satanás se dice a sí mismo después de haber sido echado del Cielo: "Es mejor reinar en el Infierno, que servir en el Cielo":